Partir por lo más delgado – Opinión de Horacio Cárcamo

Por Horacio Cárcamo Álvarez – (Especial para Revista Zetta 20 años).- Ayudar a quienes más lo necesitan es bíblico. El Estado Social de Derecho tiene entre sus principios fundantes como norma y valor el de la solidaridad. La Corte Constitucional ha expresado que aunque la solidaridad es un deber que está en cabeza del Estado y de todos los ciudadanos, en lo que respecta al Estado va de éste hacia los particulares, y esto implica no solo resolver las necesidades que padezcan algún grupo poblacional por los desequilibrios de la economía de mercado, sino también garantizar al pueblo las condiciones mínimas de dignidad entre las cuales se cuenta el ingreso dinerario. No es como lo sostiene la vicepresidente Martha Lucía  Ramírez que son unos atenidos. Nada que ver.

Por ello no cayó para nada bien la propuesta del exvicepresidente Vargas Lleras publicada en su columna habitual de los domingos, quien en medio de la peor crisis laboral y humanitaria de la que se tenga noticia en nuestra historia, van destruidos en menos de dos meses de 1.8 millones de empleos, impensable e inimaginable como la describe el propio gobierno, plantea la reducción de los salarios, la suspensión de las convenciones colectivas, eliminar el pago de las primas de junio y diciembre, salario mínimo por horas y no pago de recargos en las jornadas laborales por fuera de la ordinaria. Según él, transitoriamente.

Tan impertinente fue la propuesta que no mereció siquiera un comentario marginal del Centro Democrático que tanto la desea, pero la negó antes de cantar el gallo. Literalmente le tiraron a Vargas Lleras la puerta en la cara, quien además los retó a pronunciarse sobre la prima adicional de la que había hecho mención anteriormente el senador Uribe buscando indulgencias con las camándulas de la clase obrera degradada en el gobierno de la seguridad democrática.

Antes de la aparición súbita de la covid-19 una parte de los puntos de la propuesta considerada por Vargas lleras de “heroica”  tenía enervado el ánimo de la clase obrera, el de los jóvenes y al sector progresista de la opinión pública que habían convertido las calles del país en trincheras de la dignidad.

En Colombia hay 22 millones de personas ocupadas. Tan solo el 54%, 11.44 millones, cuentan con un trabajo formal, tienen una relación de subordinación y cotizan a la seguridad social. 8.11 millones de esos trabajadores formales ganan entre uno y dos salarios mínimos. A ese sector de la ecuación en la cadena productiva es al que Vargas propone se le disminuya el valor de los salarios, los recargos por la jornada laborar extra y no se le paguen  las primas de junio y diciembre con las que se defienden para saldar los déficits que arrastran todo el tiempo  por la asimetría entre el ingreso y el valor de sus necesidades básicas.

La cuerda se va a partir por lo más delgado, por el lado de los trabajadores, quienes transitaran con la propuesta “heroica” de Vargas de pobres a míseros. Si bien es cierto que hay que salvar las empresas ese propósito importante para la productividad y la generación de empleo no puede lograrse sacrificando a los más débiles de la relación laboral. En otros países los gobiernos no han permitido que se toquen las plantillas de las empresas que se han visto en aprietos para pagarlas y les han solicitado las carguen al presupuesto público.

En las primeras de cambio el Gobierno ha hecho un esfuerzo para proteger el empleo y esto no ha sido suficiente. Lo deja de presente la cifra escandalosa de pérdida de puestos de trabajo.  En la mesa tripartita de diálogo social, espacio para promover las buenas relaciones laborales, se debe insistir en el susidio 100% a la nómina de medianas y pequeñas empresas. La plata de los impuestos de los colombianos tiene  que orientarse a salvar vidas, a resolver la alimentación de los más vulnerables, y a garantizar una renta básica a  más de diez millones de trabajadores informales que viven del rebusque y cuyos ingresos son inferiores a un salario mínimo.

El silencio del trapo rojo colgado en las puertas de las casa en barrios populares anuncia a gritos que ahí hay hambre, y también el fracaso del modelo en que le va bien a la economía y mal al pueblo. La pandemia solo lo desnudó en la versión más cruel de la realidad.