¡No sean tan sapos!
Delia Fiallo y Corin Tellado podrían unir sus talentos para hacer un sensacional lacrimonovelón iberoamericano y no le llegarían ni a los tobillos al Concejo de Medellín y su atembada propuesta de recomendarle a los paisas que no utilicen el servicio de Coches en Cartagena.
Una situación controlable y mejorable como la de los caballos que halan coches para recorridos turísticos es un asunto propio de autoridades, propietarios y el sector turístico de Cartagena. Varias fórmulas se han tejido, siendo las más sensatas y consecuentes las que incorporan el derecho al trabajo de quienes derivan su sustento de esta actividad y el de sus familias. Debo hacer la salvedad que al hablar de cocheros y familias (cónyuges e hijos) me refiero concretamente a “seres humanos”. Ojalá alguien le haga esta expresa claridad al Concejo de Medellín, lo mismo que al Personero de Cartagena y a la Defensora del Pueblo de Bolívar.
El grueso del sector turístico le ha dado la espalda a estos trabajadores (repito, seres humanos), pero no quiero pensar que sea por ser ellos, en su mayoría, afrodescendientes y trabajar con animales. Lo cierto es que su actividad es emblemática y hace parte del sustrato que distingue el paisaje turístico de Cartagena. Que yo sepa, no hay canción que hable de “un hotelero, bocagrandero, nos llevará entre balcones, calle rincones…” o “un restaurantero, bien baratero…” sino “un cochero, chambaculero…”
Aunque la imagen sonora es romántica y famosa en el mundo entero, no lo son menos las millones de fotografías y videos de los coches con las murallas de fondo, en la noche cartagenera. A lo largo de muchos años, los cocheros han construido una imagen favorable y única de la Heroica, porque son la evocación viviente de nuestro pasado. El coche es la soñada máquina de viajar en el tiempo, y cada recorrido transporta al turista a “los años mil seiscientos”, como cantaba el Joe. Y eso no hay hotel cinco estrellas ni recorrido en chiva que se le parezca.
En este contexto, el caballo es el instrumento de trabajo de los cocheros y es indispensable darles el mejor trato. Es apenas natural esperar que tengan buena alimentación, hidratación y tiempos suficientes de descanso, o esperar que puedan incorporarse otro tipo de razas para prestar un mejor servicio. Como cualquier ser animado de la naturaleza, no están exentos de un cólico o un problema cardiaco, por lo que también resultan imperativos los cuidados veterinarios.
Eso no lo ha entendido el despalomado Concejo de Medellín. Quién sabe quién les fue con cuentos, y les contó que el único problema digno de una protesta es el de los caballitos de Cartagena. (No se debe protestar por el paseo de la muerte en hospitales, ni por el hambre de los niños, ni por los muertos por sicariato, ni por las batallas entre pandilas….¡no! ¡Eso no! ¿Cómo se les ocurre?)
El Concejo de Medellín se hizo el loco y pasó por alto otras situaciones, esas sí dignas de una proposición, como exhortar a los paisas para que cuando vengan a Cartagena no contraten servicios sexuales de menores de edad, no hagan basura en las playas, no alquilen apartamentos piratas, no se embriaguen en las esquinas, no compren marihuana o perico, no se metan por docenas en una habitación, no le peguen a las mujeres en cada borrachera, o no usen medias con chancletas.
Pero son tan obtusos, oportunistas y desatinados en esta materia, que la vista sólo les alcanza hasta donde llegan sus narices. La prueba está en el comunicado donde el Concejo de Medellín “pide a turistas no utilizar carrozas de caballos maltratados en Cartagena”… Corrección: no son carrozas, ¡son coches! Por eso, señores del Concejo de Medellín: ¡no sean tan sapos!