La tauromaquia se ha convertido en un auténtico termómetro de la sociedad. De una sociedad libre y tolerante, que puede entender y aceptar al que opina diferente, frente a una sociedad en la que unos deciden sobre lo que es aceptable y lo que no.
Por Victorino Martín (Presidente de Fundación Toro de Lidia) (Publicado en www.elmundo.es).- Asistimos al enésimo incendio en las redes sociales a propósito de la tauromaquia. Esta vez es porque una de las grandes artistas de este país, Estrella Morente, decide improvisar unos versos taurinos en su intervención en directo en el programa Operación Triunfo.
El Séptimo de Puritanía sale en tromba a rasgarse las vestiduras en la plaza pública de las redes por semejante desfachatez. Hordas de pequeños censores claman contra la artista por haberse atrevido a cantar utilizando unos versos del gran poeta José Bergamín sobre el arte del toreo.
Hasta aquí llega la libertad de expresión, parecen decir estos magistrados de improvisados tribunales de inquisición, los toros marcan la línea que no se debe cruzar en nuestras libertades de ninguna de las maneras, exclaman, ni de pensamiento, ni de obra, ni de omisión.
Estos mismos sacerdotes del pensamiento único alababan hace pocas semanas la valentía de unas de las concursantes cuando calificaba a todos los amantes de la tauromaquia como nazis y psicópatas, entre otras muchas lindezas. Ahí sí, ahí había una gozosa y plena libertad de expresión que no se podía cercenar.
Insultar a una parte de la población que tiene gustos culturales diferentes a los tuyos está bien para nuestros censores patrios. Cantar unos versos dedicados a los toros por un poeta es sin embargo un intolerable traspaso de la decencia y la libertad de expresión, que no debe bajo ningún caso tolerarse.
Es inevitable pensar en lo que nuestros irredentos calvinos harían con cualquier expresión cultural relacionada con los toros si el estado de derecho y los convenios internacionales no nos ampararan. Grupos enfurecidos quemando los grabados de Goya, la obra de Picasso o tirando hasta sus cimientos la monumental de Las Ventas, expresiones intolerables para ellos de una cultura que simplemente no debe existir. Porque no se ajusta a su canon moral.
Esto no es nuevo, desde luego. Famosas son las quemas de libros, los intentos puritanos de prohibir que subieran a los escenarios Johnny Rotten y Sid Vicious o los bombardeos de los Budas de Bmiyn. En todos estos casos las expresiones culturales y artísticas chocaban con la moral de algún grupo. Algún grupo se arrogaba la autoridad de decidir qué era cultura y qué no, qué cultura era moralmente admisible y cuál no lo era.
La tauromaquia se ha convertido en un auténtico termómetro de la sociedad, de una sociedad libre, tolerante, que puede entender y aceptar al que opina diferente, frente a una sociedad en la que unos deciden sobre lo que se puede ver y lo que no, lo que es aceptable y lo que no es aceptable.
Los intentos de algunos, seguramente pocos, por cercenar mediante la presión mediática cualquier manifestación relacionada con los toros debe mantenernos alerta como sociedad. La censura es el principio del autoritarismo.
Pero frente a los intentos de unos, se ve la luz de la mayoría. Si anoche las redes eran un virulento estallido de puños exigiendo la censura, hoy podemos ver la reacción de todos aquellos que, taurinos o no, levantan la voz por la libertad y por una sociedad tolerante.
No dejemos nunca de recordar aquellos versos que nos deben alertar frente a todo intento de imposición y que acaba con ese estremecedor «cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar». Protejamos nuestra sociedad libre.
Victorino Martín es presidente de la Fundación Toro de Lidia.
Foto: José Irún -EFE- publicada por www.elmundo.es