Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta 20 años).- El discurso político tiene relevancia de acuerdo a quien es el orador y que tanto es su retórica. Lo planteado por un parlamentario de bajo promedio, y lo digo solo porque el representante a la cámara César Eugenio Martínez cuenta con poca audiencia y reconocimiento, proponga al Gobierno intervenir el Congreso de la República para prescindir del control político argumentando del exceso de democracia lo lógico es que no alcance más de una entrevista periodística para escucharlo, a lo mejor con el único propósito de la sorna.
Proponer se rompa el orden constitucional en un país dividido es un planteamiento subversivo. Antes de firmar el acuerdo de paz de la habana, fue exactamente en lo que se empeñó, durante más de cincuenta años, la Farc para instaurar, con la dialéctica de las armas, un orden político y económico distinto para una nueva sociedad; y es en lo que persiste el ELN con su lógica solitaria, y menos referentes históricos. Acabar con la democracia en lugar de radicalizarla como lo propone Dominique Rousseau para para ejercer sobre el gobierno y sus actuaciones una vigilancia más permanente y constante con un control político donde la representación tradicional en el parlamento no agote al ciudadano su condición de soberano para debatir y proponer se atiendan sus verdaderos intereses es comenzar a transitar por el terreno movedizo de los populismo de izquierda o derecha.
La demagogia de la ultraderecha en América utiliza un lenguaje agresivo para hacer creer que sus propuestas son verdades sociológicas irrefutables de necesaria imposición como único recurso para salvar las instituciones del basilisco castrochavismo. Utilizan la táctica del miedo para conseguir se pierda en los pueblos la esperanza y en ese momento, cuando eso sucede, aparecen sin ruborizarse como los salvadores. ¿Cuál hubiera sido la reacción del hoy partido de gobierno si la propuesta de intervenir el congreso se presenta en el gobierno del expresidente Santos quien tuvo que enfrentar una oposición sin matices, ni treguas? Buena pregunta; la respuesta probablemente hubiese sido hacer invivible la república como ya lo había sugerido Laureano Gómez en tiempos de la república liberal.
Si bien es cierto que la división tripartita del poder no significa per sé la existencia de la democracia, por lo menos es lo mínimo para considerar a un Estado como tal. Hoy los estándares para valorar que tanto un Estado es democrático son muchos más o a los pensados por Montesquieu. Se mantiene invariable su teoría sobre los controles del poder con poder.
Por otro lado resulta extraño, por tratarse del Centro Democrático un partido sin matices ideológicas y con mucha disciplina alrededor de su caudillo que el representante Martínez fuera en contravía de la declaración firmada por el jefe de la colectividad junto a distinguidas personalidades de la derecha política, empresarial e intelectual del mundo para advertir que los estragos causados por la pandemia de la covid-19 no podían ser una ocasión para abusar del poder. “Algunos gobiernos han identificado una oportunidad para arrogarse un poder desmedido”. Denunciaban los suscriptores del manifiesto.
Los de Venezuela y Cuba son para la ultraderecha colombiana gobiernos autoritarios donde la división de poderes solo es un remedo de democracia. Esa misma ultraderecha guardó silencio cuando civiles armados patrullaron, a la usanza de grupos paramilitares en nuestro país, en las calles de los EE.UU en las que se protestaba contra las decisiones adoptadas por las autoridades legítimas para proteger vidas en medio de la crisis desatada por la pandemia. Nada se le ha escuchado tampoco sobre los riegos a los que se encuentra avocada la democracia cuando se considera que el poder legislativo no deja trabajar como lo sugiere el representante Cesar Eugenio en Colombia, los partidarios de Bolsanaro en Brasil y los de Bukele en El Salvador, quien hace poco irrumpió en el parlamento de su país escoltado por militares para presionar la aprobación de unas autorizaciones.
El Congreso de la República, justa o injustamente, es una de las instituciones que más afectan la legitimidad de la democracia en colombiana por el desprestigio que arrastra, y seguramente al pueblo no le disgustaría para nada lo cierren, de hecho hasta haría cola para firmar. La sociedad en el imaginario colectivo siente no estar representada en el legislativo. Lo asocian con privilegios personales (salarios millonarios), ineptitud y corrupción. Martínez quien no se ha destacado por nada en su corta vida parlamentaria, probablemente, sea consciente de la ilegalidad de su propuesta, pero también de lo rentable por taquillera.
En los estados de excepción el gobierno cuando asumen las competencias de legislador extraordinario no quedan facultado para suspender libertades, ni derechos fundamentales y menos para interrumpir el funcionamiento de alguna de las ramas del poder público. Así lo ha definido la Corte Constitucional en el desarrollo jurisprudencial de control constitucional. Suspender el Congreso con el argumento del daño que hace el exceso de democracia es la asunción a la dictadura, como cuando Pinochet incendiaba desde aviones militares el Palacio de la Moneda asesinando la institucionalidad en Chile.
No hay que confiarse por lo inverosímil de la sugerencia. Un estudiante mediocre, remiso del servicio militar con la estrategia del miedo y la demagogia, ofreciendo empleos y bienestar e identificando a los supuestos responsables del malestar de la Alemania de Weiman desató la Segunda Guerra Mundial, el más cruel y horroroso episodio de la historia humana.