Por Fabio Castellanos Herrera (Especial para Revista Zetta 20 años).- Los habitantes de Cartagena y Barranquilla en los últimos días hemos encabezando los titulares de la prensa nacional. En principio, la “desjuiciada” Cartagena encabezaba la lista de la “indisciplina social” y se llevó todas las reprimendas del Gobierno Nacional y de las más lúcidas cabezas, expertas hoy en pandemia. Con indignación el país se volcó ante la desbordada alegría de cartageneros y cartageneras que, lejos de hacer caso al autoritario regaño del Alcalde Dau para “dejar de pendejiar”, organizaban fiestas y verbenas, muy a pesar de que los contagios por el Covid-19 y las dolorosas muertes aumentaban.
Hoy el reclamo de los mismos estudiosos y medios de comunicación –no tanto del Gobierno Nacional- se traslada a la vecina ciudad de Barranquilla. La “indisciplina social” y el “berroche”, según estos, son los culpables del aumento de contagios y de la cifra dramática de seiscientos cuarenta y cinco fallecidos (645).
En ambos casos y como hipótesis fundamental se define a la “corronchería” y al desorden de los costeños como las responsables de que estas dos ciudades superen hoy en muertos a la “educada” y “disciplinada social” Bogotá. Mientras ella cuenta con 658 fallecidos con sus más de 8 millones de habitantes, nuestras dos ciudades con escasos 2 millones 250 mil habitantes, ascienden a la cifra trágica de 959 fallecidos.
Puede que la variable de la “indisciplina social” en algunos casos aporte a estas dolorosas estadísticas, pero no es lo determinante para que el Covid-19 golpee con tanta fuerza en estas ciudades.
Si vemos más allá de los árboles podremos ver el bosque de desigualdad social y pobreza monetaria de ambas ciudades y entonces, seguramente, entenderemos el porqué la pandemia golpea y seguirá golpeando ciudades como las nuestras, a menos que cambiemos el método de intervención social de las entidades públicas.
El promedio nacional – antes de pandemia- del índice de progreso social de Barranquilla y Cartagena es de 55.3, mientras el promedio de las diez ciudades más grandes del país es de 64.0, ya aquí hay una variable clara que tiene que motivar una distinta reflexión. Barranquilla con su 1.250.000 habitantes, tiene una población económicamente activa en la informalidad del 53%, mientras que Cartagena con 1.000.000 de habitantes, tiene casi un 56%, de un promedio nacional de 48%. Y sigamos, Barranquilla “la ventana del mundo” tiene una pobreza monetaria del 21% y extrema del 2,2%; mientras la “fantástica” Cartagena la acompaña con un 26% de pobreza monetaria y un 4% de miseria.
Sumado a esto encontramos que ambas ciudades han privilegiado en los últimos periodos de gobiernos, el mismo modelo de contratación pública y de inversión del Estado, es decir el cemento, claro, guardando las proporciones, ya que en Barranquilla el gasto público fue de mejor calidad que el de Cartagena –muy a pesar de que la mayor cantidad de obras inconclusas fueron contratadas con firmas barranquilleras.
Hoy la pandemia desnuda ambas ciudades y comprueba que el modelo social, económico y político, implementado en ambas ciudades, cargado de clasismo y exclusión, alimentado con corrupción , ha creado tanta inequidad social, que no hay confinamiento o llamado a no “pendejiar” que lo soporte y lo aguante.
Por ende, el llamado a las autoridades locales y nacionales para lograr el aplanamiento de la curva es que estas pongan en el centro al ser humano y logren una eficaz intervención social con redistribución económica, que apunte a un recambio en el modelo; pero que lo inmediato mejore la distribución de la ayuda social y humanitaria, garantizando que ésta llegue a los sectores más frágiles y de forma continuada, mientras dura el aislamiento. El virus vino para quedarse y por lo tanto se requiere más ayudas sociales y expansión del sistema de salud. Pero esto sólo será posible con gobiernos locales coherentes y sinérgicos.
Seguir creyendo que con toques de queda, con ley seca, sin una adecuada intervención pública en asistencia humanitaria y con llamados exclusivos al confinamiento, vamos a disminuir las cifras dramáticas de la pandemia, es pensar en el país de los pitufos.
Hoy que esta tragedia sirva para entender que entre estas dos ciudades nos unen más temas que los 115 kilómetros de carretera y cemento que nos separan.