Sabio, salvador y santo – Opinión de John Zamora

Por John Zamora.- (Artículo publicado el 10 de julio de 2000 en nuestra edición Nº 20 y que tiene hoy plena actualidad).- Aunque nadie lo crea, las elecciones no son, definitivamente, la oportunidad para escoger a un sabio, salvador y santo.

Es un efecto curioso de esta época. Se tiene la sensación que un candidato es una especie de enciclopedia ambulante, atesorador del conocimiento supremo respecto del cargo al que aspira. Se le pregunta por lo divino y lo humano, y para todo tiene respuesta. Es el prototipo del sabio del nuevo milenio. Por ello, debe hablar con propiedad de finanzas, salud y educación, cultura, participación, genoma humano, barrios y calles, medio ambiente, obras públicas, anticorrupción, proceso de paz, entre muchísimos otros variados temas. Su compendio de sabiduría no se puede limitar al campo teórico, sino extender al práctico: jugar béisbol, ser estratega de dominó, montar bicicleta, asistir al boxeo, tocar la tambora o la guacharaca, cantar vallenatos, bailar apretao, patear penaltis, rezar con ojos cerrados y brazos en alto, declamar poesías, en fin.

Como si esto fuera poco, un candidato de tanta sabiduría necesariamente tiene que ser un salvador. El Mesías esperado. Con su mandato se acabarán los trancones en el tráfico, los maestros tendrán sueldo puntual, el público será atendido, los servicios públicos mejorarán, la industria no contaminará, los contribuyentes pagarán, las obras se verán, los gremios aportarán, los politicastros dejarán trabajar, la dirigencia no chantajeará, las veedurías verán, el presupuesto alcanzará y, en general, vendrá la dicha esperada.

Siendo sabio y salvador, nada se opondrá a que sea un santo. Primará el interés general sobre el particular, la contratación será cristalina, la meritocracia se impondrá, las campanas de las iglesias repicarán, el nepotismo se extraditará, los peajes a las cuentas se acabarán, los corruptos saldrán, los honestos llegarán y todos comiendo perdices felices estarán.

Pero, oh sorpresa. Cáspita. Zambomba. Recórcholis. Reflauta. Ñércoleee. La experiencia me dice que el hombre que vive sueña lo que es hasta despertar. No hay tal sabio, ni salvador ni santo. Quien lo busque así, ni mandado a hacer lo encontrará. Y candidato que pretenda hacer creer eso, será más estúpido de lo que cree a los demás. Y vaya que hay candidatos que se creen sabios, salvadores y santos, es decir, que son unos perfectos estúpidos.

El asunto conduce a buscar, mejor, a un ser humano. Sencillo y lleno de imperfecciones. Que no sea sabio sino un perseguidor de sapiencia. Que no sea un salvador sino un trabajador a conciencia. Que no sea un santo sino un alejado del diablo.

Encontrarlo así, humilde y aterrizado, tal vez será más difícil. Lo mejor, eso sí, es educar al elector en el camino de la sabiduría, para que aprenda a discernir entre las distintas opciones. Fomentar la cultura del voto a conciencia para salvar a la democracia. Y organizar un sistema electoral «santo» que anule las acciones de la corrupción. Amén.