Por Ana María Cuesta (Especial para Revista Zetta) Leí hace poco de un influyente politólogo colombiano que no había cosa que lo decepcionara más que ver a sus estudiantes «caer en los tentáculos de estructuras políticas clientelistas, corruptas y mafiosas».
A mí también me decepciona encontrar a compañeros o familiares que se ofrecen a dichos tentáculos por una temporada de estabilidad laboral. La excusa es que un servicio no se le niega a nadie y que para poder sobresalir en la vida la única ética válida es jugar a ser vivos, a comer del que da. Y no les doy la razón. Pero en este país se acaban los espacios para reflexionar sobre la dignidad del trabajo entre quienes tienen tres bocas esperando en la casa.
Eso me he puesto a pensar en estos días de campañas políticas tímidas en los que ya se comienza a ver por qué es que el mono baila por plata: quien era rojo ahora es azul, quien criticó al político hoy come de él o pone a sus hijos. El líder ‘puyaojo’ comienza su faena de votos con promesas de contraticos, y los jóvenes, algunos amigos míos, se prestan a estas campañas ilusionados con un nombramiento.
En estos días, francamente me sorprendí al ver a la cantidad de público despidiendo al concejal de Cartagena, Antonio Quinto Guerra, que ha brillado más por sus excentricidades. ¿Estaban de verdad por lo carismático que parece ser o por lo que sus «seguidores» han prometido desde que comenzaron a regalar costosos souvenires en su nombre?
Comenzando esta temporada electoral, solo quiero que se pregunte si usted le da más peso al billete o a la dignidad? Si en el último año ha cambiado sus convicciones públicas o ha ‘lagarteado’ por no perder su puesto o porque ganó más dinero de lo normal haciéndolo. Pregúntese si no le da vergüenza trabajar en un lugar al que no llegó por méritos sino por un favor o si en los últimos años usó sus encantos y atributos para los anteriores menesteres. Si sus acciones se inclinan al dinero, entonces usted está hecho para entrar a la dinámica de las próximas elecciones a autoridades locales.
Ojalá surjan candidatos que nos tapen la boca, o que por lo menos a mí me la tapen, y que honren las prácticas democráticas de las que hacen gala.
P.D: Dichosos los alumnos que pudieron reflexionar con la cátedra de ese politólogo y que decidieron equivocarse concienzudamente.