Prohibir bailar champeta en versión de prensa española

El diario El Mundo de España publicó un reportaje firmado por José Fajardo en el que explora el universo de la champeta y la famosa propuesta del concejal Antonio Salim Guerra de prohibir el baile erótico para menores de edad.

El artículo puede ser consultado en este enlace:

https://www.elmundo.es/papel/historias/2016/03/09/56deb12ce2704e0a318b465b.html

El baile ‘prohibido’ en Colombia por fomentar el sexo entre jóvenes

Autor: José Fajardo. Un corrillo se abre en torno a dos jóvenes que bailan champeta. Es una coreografía de puro sabor africano que recuerda a la sensualidad del tango y la lambada y a la pericia del breakdance. El ambiente se caldea cuando hacen el pase del caballito: trotes combinados con aperturas muy locas de piernas.

La escena sucede en Cartagena de Indias (Colombia), epicentro de la escena champetuda, en un picó (del inglés: pick-up, las camionetas donde se cargaban los elepés y los altavoces), una versión caribeña de los soundsystem jamaicanos. La gente toma (bebe alcohol), suda, goza y no para de danzar mientras una señora vende las típicas arepas de huevo costeñas a 3.000 pesos la unidad (80 céntimos de euro).

Hay que tener cuidado con la champeta. Dicen que esta música caribeña fomenta las violaciones y los embarazos no deseados. Que es para bandidos. Y puede matar. El asunto ha sido discutido por los políticos en Cartagena. Conclusión: hay que alejar a los adolescentes de ese ritmo endiablado.

Para Antonio Salim Guerra, el concejal del partido conservador Cambio Radical que planteó a finales de 2015 (poco antes de las elecciones en la ciudad) la prohibición de bailar champeta a los menores de edad cartageneros, esta música podría provocar una «erotización traumática», pues «genera un ambiente propicio para la pedofilia y la explotación sexual infantil».

En las fiestas la gente bebe, suda, goza y no para de bailar. La conclusión de los políticos: hay que alejar a los jóvenes de este ritmo endiablado

Salim Guerra asegura que la prohibición viene avalada por 16 estudios latinoamericanos, incluida «una ONG en Cartagena que se encarga de atender a niñas violentadas sexualmente o embarazadas que han manifestado que empezaron su vida sexual temprano porque desde pequeñas se estaban comportando y bailando como adultas».

Charles King, alias El palenquero fino, es uno de los pioneros de esta música que tuvo su origen en San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América a donde huían los esclavos africanos que conseguían escapar de sus amos. Está a una hora en coche de Cartagena y tiene su propia lengua, el criollo palenquero. «Hubo una votación casi clandestina y la propuesta se aprobó por unanimidad. Es otra ley inservible que desperdicia los recursos para combatir el grave problema de prostitución infantil y de falta de educación», lamenta el artista, que protagonizó una mediática batalla contra el concejal prohibicionista, al que retó a que donara un riñón para los niños.

«No se puede llamar baile al roce y a los golpes de genitales», argumenta otro de los defensores de la prohibición, César Pión, del Partido de la U, una coalición que lidera el presidente colombiano Juan Manuel Santos. «Eso no está contemplado en ninguna herencia cultural de origen africano, como algunos quieren hacer ver».

TURISTAS Y VECINOS

Existen dos Cartagenas: la que conoce el turista, una ciudad costera con encanto y coloridas casas coloniales que superan el millón de euros, y la que se esparce más allá de la muralla, zonas humildes como La Candelaria y San Francisco donde la vida se hace en la calle. La champeta se ha colado en el centro de una batalla entre ambas realidades. «La ciudad ficticia amurallada se apodera de los espacios públicos», asegura Charles King, que vive en la Cartagena real, en el barrio de San José de los Campanos. «Quieren prohibir nuestra música para esconder esa parte que les da miedo», dice.

Cuando Lucas Silva (Bogotá, 1971) visitó la costa caribeña de Colombia en los 90, el estigma ya existía. «En la época colonial los españoles decían que la cumbia era diabólica e incitaba al sexo. Lo mismo está pasando con la champeta. Cartagena fomenta hoy un apartheid que no es tan diferente de lo que ocurrió en Sudáfrica», reflexiona este cineasta y productor musical, que fundó el sello especializado Palenque Records en 1997.

La polémica por la prohibición de la champeta se ha convertido en un debate nacional porque apunta a un problema muy delicado en el país: el abuso a menores. Según datos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, entre enero de 2014 y marzo de 2015 hubo 17.915 denuncias. Cartagena y los departamentos vecinos de Atlántico y Magdalena son las zonas con más casos tras el Valle del Cauca y la capital, Bogotá.

En algunas áreas del Caribe los embarazos entre menores registran unos porcentajes muy altos. En 2014 los partos de adolescentes correspondieron al 20,5% del total de la ciudad, donde 186 niñas de 10 a 14 años quedaron embarazadas ese mismo año.

Todos los músicos entrevistados para este reportaje coinciden en que la campaña contra la champeta nada tiene que ver en realidad con la explotación sexual infantil. Entonces, ¿cuáles son los intereses de los políticos cartageneros? «Los que mandan tratan de relacionar nuestra música con violaciones y asesinatos porque no soportan la idea de que sus hijos bailen la música de los negros», denuncia Viviano Torres, padre fundador del género que se convirtió en un icono local al crear en 1985 el grupo Ané Swing (Los que tienen sabor, en palenquero).

En esa banda también estaban Charles King y Louis Towers como bailarines y coristas (los tres venían de Son Palenque, una formación de los 70 liderada por Justo Valdés que hacía música folclórica africana). Las canciones de estos tres pioneros, más allá de los dobles sentidos de índole sexual, tienen una fuerte carga de denuncia social. «La champeta se relaciona con las clases más pobres y con la comunidad afrocaribeña, pero gracias a nuestra lucha hoy empieza a colarse en los hogares con dinero y a sonar en las emisoras elitistas», opina Louis Towers.

Charles King (nombre real: Carlos Reyes) nació en Venezuela en 1966. Su historia familiar es un drama que él lleva con humor: «Fui huérfano con padres vivos, pero no les guardo rencor». Él se siente parte de Palenque, de donde son sus amigos Viviano Torres (de 1958) y Louis Towers (1962). «Los hijos de palenqueros que nacían en Cartagena se hacían llamar morenos para diferenciarse de los negros; muchos estaban avergonzados de venir de un entorno tan humilde», apunta El palenquero fino, que se puso ese apodo para reivindicar sus raíces.

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PELEAS A CUCHILLO

La champeta pertenece a la calle y se dice que es la única música urbana vigente de Colombia. Su popularización ha estado ligada a las fiestas con picós. «Comenzaron a finales de los 60. Eran verbenas que se hacían los fines de semana en casas grandes: el salón era la pista de baile y el patio exterior la zona donde se tomaba. Al DJ le llamamos picotero y en esa época sonaba música jíbara, africana y salsa», recuerda Viviano Flores.

Entre los 70 y los 80 se extendieron los picós en Cartagena. «Iba gente humilde, que trabajaba en el mercado vendiendo fruta, marisco y carne. Se llamaba champeta a los cuchillos largos que usaban para limpiar las escamas del pescado. Cuando había gresca se solucionaba a navajazos», explica Juan Daniel Correa, el mánager de Charles King, que lleva años reivindicando el trasfondo cultural de la champeta.

«En los primeros años uno veía situaciones muy delicadas, hasta muertes llegó a haber», reconoce Louis Towers.

Con la aparición de los productores musicales y hits como La turbina de Elio Boom (cuya letra fue censurada por las connotaciones sexuales de la expresión húndelo), la champeta alcanzó en los 90 un éxito masivo en otras ciudades de la costa (Barranquilla, Santa Marta y San Andrés). A principios del nuevo siglo se convirtió en un fenómeno nacional con dos nuevas figuras: El Sayayín y El Afinaito (ambos murieron jóvenes, el primero por disparo de bala a los 30).

Los picós se han modernizado, pero siguen cargando con el estigma de la violencia y la persecución. «Los policías piden picúa (sobornos) para ofrecer su protección, reciben su plata y se van callados, hasta que vuelven a por más», critica Charles King.

En Cartagena hay picós todas las semanas, de viernes a lunes. Los más populares, como el Rey de Rocha, reúnen a cerca de 10.000 personas (las entradas cuestan entre dos y cinco euros). Se celebran en la calle, garajes, discotecas e incluso en la plaza de toros. Arrancan a las 21 horas y cierran a las dos de la madrugada para evitar las multas.

Es un negocio donde la competencia es feroz. Para diferenciarse usan nombres llamativos (El Conde, El Sibanucu, El Guajiro, El Huracán, El Coreano) y dibujos muy coloridos que ponen encima de las tornamesas (los platos para vinilos) y en la cubierta de los parlantes (altavoces).

También existen fiestas de champeta improvisadas. Surgen en el jardín trasero o en el portal de una casa. Zonas como los barrios Lo Amador (conocido como Plateado por la luna) y Nariño (donde creció la figura de la salsa Joe Arroyo) acogen cada fin de semana múltiples verbenas.

Al anochecer, los organizadores colocan los parlantes y comienza la ceremonia. Alguien acude con un tanque inmenso de cerveza con hielos. Aparece un puestecito móvil con golosinas, patatas, chicles y tabaco. La gente se arremolina y baila hasta que llega la policía (estas fiestas espontáneas no cuentan con licencia).

En los picós oficiales los menores no pueden entrar y los recipientes de vidrio están prohibidos por seguridad. Pero en los saraos callejeros los niños corretean recogiendo latas vacías y el público comparte botellas de ron y whisky que se pueden conseguir en la tienda de la esquina a 43.000 pesos (unos 12 euros).

‘WAKA WAKA’ Y LOS AIRES DEL CAMBIO

«La primera fiesta gomela (pija) de champeta en Bogotá fue un concierto al aire libre de Charles King hace 10 años», informa su mánager. El pasado noviembre los jóvenes modernos de la capital abarrotaron Latora, un popular local, para ver a El palenquero fino.

«Tenéis que bailar como hacemos en la costa, bien pegadicos», decía mientras muchas espontáneas se subían al escenario para abrazarle. Su banda cuenta con músicos excepcionales que conocen bien la tradición africana, desde el soukous del Congo hasta el highlife de Nigeria o el afrobeat y el mbaqanga de Suráfrica.

El reconocimiento de la champeta avanza lento pero con pasos firmes. Los grandes artistas colombianos (Carlos Vives, Juanes, Fonseca) han coqueteado con el género. Shakira fue a un concierto de Viviano Torres cuando tenía 12 años para pedirle un autógrafo y el Waka Waka del Mundial de fútbol de Sudáfrica de 2010 casi les une de nuevo.

«Su gente vino a buscarme porque creían que la canción era mía, pero la original es Zangalewa, del grupo camerunés Golden Sounds. Estaban mal informados, pero me gustó el gesto. Ella es barranquillera y lo lleva en la sangre», comenta.

En este giro hacia la descriminalización juega un papel destacado El universo visual de la champeta, la primera exposición fotográfica (algunas de cuyas imágenes se pueden ver en este reportaje) sobre esta música, a cargo de Joaquín Sarmiento y Hanz Rippe. Estará en Bogotá hasta el 19 de marzo y en Palenque a partir del 4 de abril, y también incluirá conciertos, conferencias y talleres.

«Pronto viviremos un boom internacional de la champeta, pero los fundadores no tenemos plata ni para comprar un carro», se lamenta Charles King. Su batalla, como la de Viviano Torres y Louis Towers, no apunta al dinero ni a la fama. «Lo único que pedimos es que después de tantos años de trabajo los poderosos de Cartagena reconozcan nuestra cultura y nos cedan espacios para desarrollarla».