Por John Zamora (Director Revista Zetta).- Por mentir, Richard Nixon debió renunciar a la Presidencia de EEUU. El escándalo del Watergate permitió apreciar todos los matices de su personalidad, la de un hombre engreído y malgeniado que en último momento de su carrera política tuvo una pizca de grandeza, esa que pocos políticos tienen.
La grandeza de un político a veces solo aflora en momentos difíciles, cuando empequeñece sus vanidades y engrandece sus humildades.
Gina Parody afronta el momento de mayor dificultad en su gestión como política, no en la órbita bogotana, ni en el Congreso, ni en el Sena, sino que en el ministerio de mayor importancia estratégica para un Estado que pretenda ser serio: el de Educación.
Sus épocas de furibunda uribista quedaron atrás una vez se declaró furibunda santista, y su labor en el MEN desde entonces ha sido vista con enorme simpatía por sus amigonchos de los grandes medios, que aplauden cada nuevo par de gafas que luce, y no desperdician oportunidad para despatarrarse en loores, sea por Ser Pilo Paga o por cada megacolegio que anuncia pero que aún no construye. Los mismos que ahora la enarbolan como paradigma de las víctimas de la incomprensión.
En la polémica por las cartillas con ideología de género, al igual que en toda guerra, la verdad ha sido la primera damnificada, y en este episodio está comprobado que tanto la ministra como sus detractores han mentido. Lo peor es que junto con la verdad, damnificada también ha sido la educación misma.
La condición lesbiana de Parody, con cuya pareja Cecilia Álvarez alcanzó a compartir Consejo de Ministros cuando su aquella era ministra de Infraestructura, siempre ha sido mascada pero no tragada por la sociedad colombiana.
Ese escrutinio ha hecho que exista notoria prevención y que en determinado momento sea más palpable, como ha ocurrido en este estallido causado por el escándalo de las cartillas.
Para sopesar la situación lo mejor es apartarse de los extremismos, tanto de aquellos que no soportan a un marica al lado, como el de aquellos maricas que a toda costa quieren mariquear a todos los que no lo son; tanto los ultraortodoxos que no reconocen el derecho de una persona a ser como le parezca sexualmente, como a los cabecillas lgbti que desconocen el derecho de la inmensa mayoría a ser “heteros”.
Por eso resulta trágico y cómico que quienes por años han reclamado derechos, sean los mismos que ahora desconocen el derecho de las mayorías a expresarse, como ha ocurrido con la sorprendente macha blanca por los valores familiares, ocurrida el pasado miércoles, y que denotó el gigantesco abismo entre lo que piensa un sector supremamente amplio de la sociedad, y lo que de otro lado piensan colectivos sex-activistas, gobierno santista y Corte Constitucional.
El problema estaba pero no se veía. Hay una brecha gigantesca entre ministra y gran parte de la sociedad, y su autoridad ministerial ha quedado socavada. Siempre se ha sabido que es lesbiana, y esa condición nunca fue reprochada para su ascenso político. Lo que se le cobra es mentir, tratar de imponer solapadamente una ideología de género y privilegiar su superviviencia política, todo por encima de los miles y miles de estudiantes del país que reclaman educación con calidad.
Su presencia ahora es nociva para el gobierno Santos, que quiere desesperadamente subir puntos pues tiene mala imagen y va perdiendo simpatías para el plebiscito; es regresiva para la comunidad Lgbti, pues los espacios conquistados se ven ahora seriamente cuestionados, y es inconveniente para el mismo Ministerio, pues lo desenfoca.
Para que la discusión sea la educación verdadera y no otras yerbas, está a prueba el talante de Gina. Si tiene grandeza debe irse.