Adrián, un niño de 8 años que sufre Sarcoma de Ewing, se aferra a la vida gracias a un sueño: llegar a ser torero. Su historia no es diferente a la de otros niños que padecen cáncer, excepto en que su pasión es la tauromaquia y ha recibido el apoyo de importantes diestros como El Soro, Ponce, Vicente Barrera, Rafaelillo, Ginés Marín, Román y Fernando Beltrán. Este sábado han participado en la corrida benéfica organizada por su padre y ha derivado en que algunas personas pongan en tela de juicio si una persona que defiende y apoya las corridas de toros –sea cual fuere su edad– tiene el mismo derecho a vivir.
Durante la celebración del evento, cuyos beneficios se destinarían a la Fundación de Oncohematología Infantil, Adrián tuvo la oportunidad de formar parte del tradicional paseíllo que sirvió como cierre para una multitudinaria cita que recibió duras críticas de las voces antitaurinas. Algunas atacando directamente al menor.
Adrián estaba tan feliz con su homenaje de Valencia. Y probablemente siga feliz. A los ocho años no se tiene Twitter. O sí. Ya se pierde uno con la edad de acceso a las redes sociales de la infancia. Sería deseable que no accedieran nunca. Como un síntoma de la enfermedad de Peter Pan. La que sufre Adrián es un sarcoma de Ewing, «un cáncer de huesos devoraniños». Últimamente provocan más vómitos algunos tuits que la quimio que azota el cuerpecito de Adrián. Suelen provenir de los antitaurinos que aman a las vacas, a las aves, los peces y a los reptiles como a sí mismos. No es de extrañar. Que sean ellos, digo. Para desearle a un niño enfermo de cáncer la muerte hay que ser algo peor que una víbora: «Yo no voy a ser políticamente correcta. Qué va. Que se muera, que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Anda yaaaaa! Adrián, vas a morir».