Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- José Raquel Mercado fue secuestrado, torturado y asesinado por el M-19 en 1976. Fue uno de los crímenes más horrorosos de ese grupo guerrillero, al que perteneció orgullosamente, entre otros, Gustavo Petro.
La generosidad de esta Colombia les permitió a estos desviados regresar a la vida civil, con ministerios y otras prebendas para que dejaran de matar y cometer otros crímenes como el del Palacio de Justicia.
Ya en paz y en democracia, muchos se han destacado valerosamente como Antonio Navarro, pero otros no han hecho otra cosa que desprestigiar exitosamente a la izquierda como el caso del tiránico exalcalde Petro.
Al igual que Hugo Chávez, Petro encontró en el secuestro simbólico un botín politiquero. El comandante, ahora de telenovela, secuestró la figura de Simón Bolívar, la convirtió en un artefacto de mercadeo político y el costo del rescate de Bolívar y Venezuela lo vienen pagando millones de patriotas con hambre, inflación, sufrimiento o cárcel. A ese macabro secuestro se oponen con valentía héroes como Leopoldo López, Antonio Ledezma, María Corina Machado, Lilian Tintori, Henrique Capriles y miles y miles más.
A su manera, Petro quiso tener secuestrada a Bogotá en el calabozo de la tiranía y el despotismo, como bien lo evocan procesos de Contraloría y Procuraduría.
Con una decisión autocrática, Petro quiso secuestrar a la minoría taurina. Una férrea lucha jurídica reivindicó a la tauromaquia en Bogotá y volvieron esas expresiones culturales del ser humano llamadas corridas de toros. El nostálgico chavista llamó a sus lugartenientes a terminar lo que comenzaron en el gobierno y descargar su odio frenético contra ese desfile interminable de gente en paz e indefensa que acudió a la Santamaría.
Quien una vez estuvo del lado de una verdadera y comprobada empresa de la muerte, ahora viene a tildar de “empresarios de la muerte” a un grupo de decentes dirigentes que –qué raro para Petro- actúan dentro de la Constitución y la ley. “Más sucio que un rancho solo, se viene a limpiar las manos con mi honradez”, cantaba el sabio filósofo vallenato Poncho Zuleta.
Un verdadero demócrata defiende las minorías. Pisotearlas, agredirlas, perseguirlas, satanizarlas, estigmatizarlas, estrangularlas o condenarlas es lo que hizo Hitler con los judíos, Pinochet con los comunistas, Fidel con los demócratas, Chávez con la oposición, Batista o Somoza con el pueblo. Quien tenga delirios de tiranía y vea en estas bestias a un modelo, encontrará en la doctrina del secuestro simbólico una delicia.