Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- El edificio Space de Medellín era una mole en funcionamiento, habitado, con 3 sótanos y 23 pisos, que colapsó el 12 de octubre de 2013, dejando 12 personas fallecidas. El alcalde era Aníbal Gaviria y nadie lo culpó. Todas las miradas recayeron en el curador urbano, quien tiempo después fue reelegido, y en los constructores de la firma CDO.
En Cartagena colapsó el edifico Portales de Blas de Lezo II, el 27 de abril de 2017, con saldo fatal de 21 obreros fallecidos y una veintena de heridos. La Fiscalía ha sido incapaz de redactar una petición a un juez para ordenar la captura de los constructores, y se señala a los hermanos Quiroz.
El procurador Fernando Carrillo, estrenando jurisprudencia y en evidente decisión política, decidió suspender al alcalde Manolo Duque por no ir de construcción en construcción pidiendo papeles. Debió dedicarse a eso y no a presentar un plan de desarrollo, armar megaproyectos como la defensa costera y el alcantarillado pluvial, brindar seguridad ciudadana, o dar marcha a Transcaribe. No. Debió andar de puerta en puerta, lista en mano, verificando documentos y contando cada piso, cada teja y cada ladrillo.
A Manolo no lo elegimos para ser inspector de policía, ni inspector de obras. Para eso están otros funcionarios con esas funciones. Manolo tiene que estar al frente de una estructura llamada administración pública. Será siempre un responsable político de todo lo que ocurra, pero no siempre responsable disciplinario, como ahora lo pregona el procurador Carrillo.
Deberá defenderse, dar las explicaciones, como lo ha venido haciendo, con la desventaja que, desde un primer momento, el procurador mostró sus dientes y la suspensión, como vaso de agua, no fue negada: estaba cantada y ya varios periodistas estaban alertados de la fecha y hora de su anuncio.
En Bogotá, Gustavo Petro hizo cuanto estuvo a su alcance por poner a la ciudad patas arriba, y lo logró con notorio éxito: basuras, malla vial, transporte público… por donde uno se mete ve la mala mano de ese tiranillo. Ahí sí la Procuraduría actuó con sensatez y lo destituyó. Pero en este mundo al revés, vinieron sucesivas leguleyadas que lo mantuvieron haciéndole daño a la capital.
A diferencia de Petro, por hacer (y hacer mucho daño), a Manolo se le cuestiona por no hacer. No ver la corrupción de los constructores, no ver las mafias de las licencias chimbas. Le cobran la omisión.
Es una muy mala noticia para Manolo, indudablemente, que repercute negativamente en su imagen y altera la marcha de su administración.
Pero es peor noticia para Cartagena, ciudad caníbal, donde muchos se deleitan “comiendo gente”. Desde Campo Elías Terán no hemos tenido tranquilidad , y vuelve la ciudad a la incertidumbre, a la ingobernabilidad, a los encargos, a la improvisación. Vuelve esa sensación de carro varado, que se apaga y no prende.
La suspensión es inconveniente, a todas luces, porque llega en un momento donde se ven despegar proyectos de enorme beneficio, y con la sintonía con el gobierno nacional y departamental, la bancada parlamentaria, los gremios y el sector privado.
En un caso tan doloroso como el de Blas de Lezo, lo menos que puede hacer la Procuraduría es no actuar. Se le aplaude que esté del lado de las humildes familias, que investigue y cuestione. Eso nos ayudará a sacudirnos como ciudad, a encontrar responsables y tomar medidas. Pero exagera al llevarse a Manolo por delante y a la ciudad, de paso. Fernando Carrillo se pasó de maracas.
Para él, este verso de Alberto Cortez:
No siempre es la barba blanda la que mejor se rasura;
para una buena navaja, no importa la barba dura;
depende si el afilado lo sabe hacer el que afila:
Ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida.