Por Luis Adolfo Payares Altamiranda (Especial para Revista Zetta).- Al viejo Pedro Pablo Montero me lo encontré en estos días y no lo reconocí; es que lo conocí hace mas de 10 años cuando él trabajaba como vigilante en el Palacio de la Inquisición. Sus historias de fantasmas y de situaciones paranormales erizaban al más desprevenido transeúnte, en sus largas noches de vigilia en las que solo lo acompañaban estas «criaturas». El «pablera» es un conversador incesante; que atesoró cada palabra que dice en sus de más de 30 años como «celaduerme» en varias dependencias del Distrito.
Hombre cordial, muy amable, el cual siempre tenía una palabra jocosa. Al saludarlo me dijo:
– «Oye Paya, esta ciudad tiene una maldición ancestral…»
– ¿Cómo así… explícame? –
-«En todo el tiempo que estuve como vigilante del Palacio de la Inquisición, pude investigar quiénes eran las personas que murieron aquí; muchos eran inocentes, sobretodo judíos sefardíes que llegaron a estas tierras en procura de nuevas oportunidades, pero por el hecho de tener una religión distinta, fueron torturados y matados en este palacio… en mis largas horas de las noches pude escuchar gritos de angustia y de terror que me ponían la piel de gallina, yo solo me ponía a retirar el salmo 91.
– «Un año después que Morillo pacificara estas tierras un mes de abril y mayo de 1817, se produjeron las muertes mas horribles en este recinto, he visto y escuchado espíritus que todavía no descansan, buscando justicia, ahora retirado de ese lugar todavía los escucho»-, afirma Pablo con algo de preocupación
-«Este año se cumplen exactamente 200 años de estos sucesos, no contados en nuestra historia, o a veces mal contada, y escondida en los anales de las paredes de los edificios. Te invito a que investigues los últimos 20 años en la historia de esta ciudad y te darás cuenta que las muertes mas violentas han sucedido en estos meses…»
Cuando Pablo me decía esto, sentí como si un grueso chorro de agua cayera sobre mi cabeza; quedé absorto, no imaginaba lo que me decía Pablo, pero mi intuición espiritual me decía que debía tener razón.
-«La ciudad debe pedir perdón, esto va mas allá de lo místico y religioso, es un acto espiritual que debe hacer la autoridad del Distrito, el alcalde mayor, pero en mi poco relacionamiento político, en varias ocasiones le pedí a algunos alcaldes que se hiciera ese acto público de perdón, para acabar con esta maldición, pero la verdad no lo he podido conseguir, existe un marasmo de huestes de maldad sobre toda autoridad que quiera ejercer aquí, existen muchas cosas negativas, que afectan el progreso de la ciudad; el 27 se cae el edificio, el 17 hay dos explosiones en el puerto de la ciudad, que es una señal, y hoy tambien suspenden al alcalde de la ciudad… No es casualidad mi querido amigo, y mira esto, que me encontré hace mas de 20 años en el Palacio…
Me trajo un papel arrugado con los siguientes números: «27-4-17. La fecha en que se cayó el edificio de Blas de Lezo…»