Análisis de John Zamora (Director Revista Zetta).- El regreso de Manolo Duque a la Alcaldía de Cartagena es un hecho esperado en las próximas horas tras conocerse la decisión de tutela fallada a su favor que elimina de momento la suspensión de tres meses señalada por la Procuraduría.
Aunque el Ministerio Público anunció que impugnará la decisión, tal protesta jurídica no impedirá que Manolo vuelva al Palacio de la Aduana, tal como lo hizo hace año y medio cuando por virtud de las urnas llegó al comando de la ciudad.
Los escenarios jurídicos hipotéticos son disímiles, desde los más severos que le apuestan a una destitución, hasta los optimistas que sueñan con una pronta absolución en este controvertido proceso disciplinario, tras el desplome del edificio Blas de Lezo II, el 27 de abril pasado.
Sea cual fuere la realidad jurídica que poco a poco se vaya presentando, la decisión de suspensión por parte de la Procuraduría generó un hecho político que reactivó la división de la ciudad.
Cuando se había logrado un cierto ritmo de pedaleo uniforme entre Distrito, gremios, Concejo, gobierno nacional y departamental para grandes proyectos y Primero la Gente ya estaba en plena ejecutoria del plan de desarrollo, llegó esta carga de profundidad, injusta e innecesaria, por demás.
El 23 de mayo se posesionó como encargado Sergio Londoño Zurek, quien ha estado a la altura de las circunstancias, desempeñado un papel respetuoso de la democracia y consecuente con su condición de “apaga incendios”.
Pero el regreso de Manolo no significa necesariamente que vuelva lo que se podría llamar “normalidad”. Quedó claro que las heridas que dejó la campaña a la Alcaldía siguieron abiertas y que uno que otro bando perdedor siguió canalizando su frustración con ácidas críticas y feroces ataque en medios y redes sociales.
Pero también permitió identificar otros enemigos solapados, que no esperaron un segundo más y se destaparon para lanzar inclemente descalificación a todo lo que oliera a Manolo Duque. Esta es la verdad y punto: viejas y nuevas candidaturas a la Alcaldía se frotaron las manos en esta coyuntura.
El Manolo II que regresa no podrá ser el mismo, en términos políticos. Aunque todavía tiene una amplia chequera de popularidad, y recientemente fue catalogado como el tercer mejor alcalde del país, sigue la espada de Damocles de la Procuraduría sobre su conducta, y el latente riesgo por las habituales denuncias que todo gobernante encara ante la Fiscalía o la Contraloría. El problema es si le “cogen el bajito”, si lo ven débil, despalomado, aislado o solitario.
En su ausencia y bajo el mando temporal de Londoño, la ciudad mostró sus ganas de seguir dando pasos de unión, a pesar de los necios y malquerientes. Manolo deberá, entonces, como ciclista tras un pinchazo, pararse en los pedales y retomar el ritmo de competencia. La pausa le debió servir, entre otras cosas, para medir la lealtad y rendimiento de sus coequiperos, e identificar las áreas donde debe apretar clavijas e impedir que prosperen riesgos para su Administración, como ocurrió en la vigilancia y control de las construcciones.
Creo que la normalidad será relativa, de día a día, pues no se puede ignorar –con dolor- que el procurador Fernando Carrillo no oculta sus ganas de cobrarle a Manolo no se sabe qué, tal como quedó patentado en el caprichoso episodio de Valledupar.
Volvió Manolo pero no la normalidad.