Por John Zamora (Director Revista Zetta).- Estudiando periodismo me encontré con una de las entradas o “leads” más impactantes que he leído: “Eso de ser reina es para machos”. Era el inicio de una crónica sobre el Concurso Nacional de Belleza. Parafraseando: “eso de ser maestro es pa’ tesos”.
El maestro oficial encara los mismos entornos de sus alumnos, con los riesgos de la violencia de barrio, las pandillas, dificultades en movilidad, infraestructura obsoleta, con las lógicas excepciones de las construcciones nuevas. Eso para los docentes en cascos urbanos. Hay que ver el sacrificio de los que tienen su lugar de trabajo en corregimientos o veredas. Y ni hablar de las condiciones de orden público, las amenazas…
Los salarios y condiciones generales del servicio no compensan en general lo que merece el estamento y por eso reciben la solidaridad en sus permanentes reclamos ante el gobierno nacional: educación digna, gratuita y de calidad. Reclamos que a veces vienen expresados en huelgas o protestas, amparadas por la democracia y la Constitución.
Pero… pero todo este discurso queda empañado cuando la protesta implica joderle la vida al ciudadano. “¡Si no nos atienden, que se joda el mundo!” parece ser el mensaje de las recientes protestas, donde los maestros se atraviesan en las calles para interrumpir los sistemas de transporte masivo y generar caos en las ciudades. Aprovechan también, la indiferencia, la cobardía o la incompetencia de las autoridades para hacer respetar a la ciudadanía.
Que se joda el que va para su trabajo, que se joda el que va a buscar trabajo, que se joda el que tiene una cita médica, que se joda el que tiene que viajar, que se joda el que va a visitar a su mamá, que se joda el que va a estudiar, que se joda el que va a entregar un pedido, que se joda el que produce, que se joda el que comercia, que se joda el que transporta, que se joda todo el mundo.
Llegar a tal grado de irracionalidad es todo lo contrario que uno espera de un maestro, ese que te inculca en la escuela los valores cívicos como la solidaridad, la urbanidad o el respeto por los demás, además del castellano o las matemáticas.
Estéril resulta el esfuerzo de nosotros, padres de familia, por enseñarles a nuestros hijos a valorar lo que es de todos, como la vía pública, y después vengan unos maestros (¡unos m a e s t r o s!) y se apoderen de las avenidas y las privaticen para su protesta.
A Revista Zetta llegan quejas de la ciudadanía y preguntas: ¿les gustaría a los medardos que tanto protestan, que les bloquearan sus casas y no pudieran salir a comprar el desayuno en la tienda? ¿les gustaría a los fecodes no poder ir a una cita médica porque unos protestantes no dejan pasar a nadie? Bien lo dijo uno de mis maestros, hace no tantos años: no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.
La educación nos debe conducir a ser mejor sociedad, y debe hacer de cada persona un mejor ser humano, más racional, más reflexivo. Una persona bien educada aprende a canalizar sus instintos y a diferenciar lo pasional de lo intelectual, lo animal de lo conceptual. Y eso se logra, entre otras causas, gracias a un buen maestro.
Los maestros de hoy deben dar ejemplo y no mal ejemplo. Las peroratas de la “primavera del 68” ya tienen 50 años, hay que actualizarse y ser consecuente con la nueva sociedad, que reclama espacios para todos, tolerancia. Si los maestros quieren nuestra solidaridad, por muy justos que sean sus reclamos, deben comportarse como tales. ¡Maestros sí, guaches no!