Por Esperanza De Lavalle (Especial para Revista Zetta).- No mover como mínimo el pié al escuchar canciones como “Pie peluo”, “Santo Parrandero” y “Buscapié,” entre otros temas que nos sumergen en las fiestas novembrinas, sí que es difícil para un costeño de pura cepa.
Para alguien del Caribe, esto sí que es difícil de contener, por muy disciplinado y responsable que se catalogue; porque el goce y sabrosura no solo es cultural, sino que hace parte del ADN del ser costeño de verdad, verdad. Sí, de ese mismo que exterioriza su sentir de manera espontánea, ante las situaciones que la vida nos presenta.
Fué ese sentimiento el que afloró en la humanidad de Isaac Castillo Maturana, ‘escobita’ de un consorcio de aseo que presta servicio en el centro de Cartagena, y que se hizo tristemente célebre, porque mientras trabajaba enfundado en su overol verde, se le olvidó el reglamento de la empresa, por eso, tiró pases, movió caderas y hasta hombros de manera contagiosa, en plena jornada laboral de limpieza, mientras se desarrollaba el tradicional bando de las fiestas del 11 de noviembre.
Su entusiasmo y la gracia por el baile, fue tal, que los que estaban a su alrededor lo victoriaron tal como hacen con las reinas, le tomaron fotos y lo grabaron, mientras él, en un estado de plenitud máxima, aceleraba sus movimientos, sin pensar en las consecuencias que su alegría le podría generar para su hoja de vida, como en efecto ocurrió y lo dejó sin empleo, porque según argumentaron, faltó al código laboral.
No importó su clamor, dijo que sin trabajo su nevera estaba vacía y cómo alimentaria a su familia, hasta en un acto de grandeza se excusó; reconoció su falta e imploró una nueva oportunidad que sin rodeo se le negó, al tiempo que el video que le grabaron, en su hazaña de bailador continuaba su carrera viral.
En esta historia como en tantas, primó el legalismo, lo analizaron en blanco y negro, sin pensar que la vida tiene otros contrastes, y que el baile hace parte de nuestra cultura, esa misma que en un mundo cada vez más globalizado no permite que nos homogenicen.
Pero lo que el consorcio no se ´pilló, como dicen los pelaos, fué que el acto de alegría de Isaac, visibilizó mediáticamente la marca, más que si hubieran realizado una estratégica campaña publicitaria.
De verdad que poca imaginación y creatividad, porque a Isaac, lo pudieron convertir en un referente para una campaña oportuna del consorcio de aseo, en la que el trabajo y la alegría, pueden ir de la mano, como clave de paz, sin dar pie, para pensar que lo malo sirve de ejemplo y lo bueno de burla, ¡Jamás!
Lo que pasa es que me siento orgullosa de reconocer nuestra idiosincrasia y cuando conocí la historia de Isaac, no pude dejar de pensar en el personaje de la novela de televisión “polvo carnavalero,” en la que un cachaco que ignoraba que tenía sangre costeña no podía oír esta música, porque se descartonaba.