Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cayó el telón de las elecciones presidenciales período 2018/2022, y como es costumbre la preceden especulaciones sobre quienes ganan y quienes pierden. Las conclusiones necesariamente no tienen que coincidir porque el vistazo concluyente se hace desde la conveniencia de intereses con sus respectivos sesgos, o desde la dialéctica histórica de la evolución de procesos políticos en maduración en el subconsciente colectivo.
Inclusive, a veces triunfos electorales son la señalización del camino que conduce a la derrota política, como sucede con Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y en el pasado reciente con Rajoy en España, o inversamente, la adversidad en las urnas despejan la avenida de la victoria, lo que podría ser el caso de López Obrador en México. Todo depende de que tanto los ganadores tramitan los reclamos populares de bienestar y transparencia, y de que tanto el revés consolida una oposición política seria, racional con un liderazgo suficiente ideológicamente para encausar la movilización popular.
Con los resultados de ayer ganaron, “prima facie”, el presidente electo de los Colombianos Iván Duque, su partido político Centro Democrático y el senador – expresidente Álvaro Uribe quien fue su mentor y el que dijo; también gano Gustavo Petro, no solo por la votación histórica de más de ocho millones de votos limpios para un candidato de izquierda, sino por conectarse con el pueblo de a pie, estudiantes y obreros, fuerzas transformadoras de realidades sociales excluyentes, vanguardia de las revoluciones y con la Colombia profunda de la ruralidad que debe avergonzar al establecimiento económico, que dicho sea de paso, también gano, en esta ocasión como nunca, sin límites éticos, ni reparos.
Gano la Democracia como sistema político y la paz como derecho. La primera supero el precedente de la abstención y la segunda se refrendó en las urnas. Se confrontaron sin antecedentes desde el frente nacional hasta acá dos visiones de país, dos modelos de desarrollo económico distinto; uno proclive al capital y a la concentración de riqueza –triunfador- y otro reivindicativo de la vida y la dignidad humana -en avance- para más democracia. También ganaron porque al candidato del “antiestablismenth” no lo fusilaron en el camino y la confrontación fue de ideas, sin armas y en paz, pese a la intolerancia descalificadora de los teclados en las redes sociales, nadería en comparación con pérdidas de vida en tiempos de paramilitares y farc.
Perdieron los partidos políticos liberal, Conservador, De la U y Cambio Radical, que en la estampida del deshonor con autoproclamas de respaldos no solicitados y por el afán de ubicarse en la fila de las canonjías dejaron tiradas sus banderas en el lodo cinismo que no les alcanzo, siquiera, para una mención de agradecimientos del presidente electo en la euforia del festejo del triunfo. También perdieron algunos medios de información al no dar cobertura integral a la noticia política lesionando el periodismo objetivo e imparcial con la censura informativa al candidato de la Colombia Humana, a quien le cerraban los rotativos y apagaban los micrófonos a no ser que fuera para enjuiciarlo.
Los directores de esos medios parecían más jefes de campaña al presentar las noticias del candidato de sus desafectos desde sus puntos de vista, traicionando principios de justeza y equilibrio, y defraudando la confianza de la opinión pública.
Junio, 18 de 2018