Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- La noticia de la semana es por cuenta del nuevo gobierno iniciado con la posesión del presidente Iván Duque y su equipo de colaboradores. Todos, adversarios y simpatizantes están a la expectativa de sus anuncios, algunos con reservas y otros con entusiasmo.
Pero curiosamente las luces de los reflectores esta vez no se dirigieron, como es costumbre, a enfocar el texto del discurso de inauguración, que no solo es una pieza política-literaria para la historia, sino la carta de navegación en la que se definen coordenadas ideológicas y la letra del talante del gobernante para abordar los temas cruciales, propios de los Estados pre-modernos: salud, educación, seguridad, pobreza, corrupción, y en general concepción del desarrollo, porque el presidente del Congreso, la otra rama del poder público, que ya había asistido a la propia el 20 de julio, literalmente se lo tiro.
Se lo tiro no por la impertinencia de tiempo y lugar como muchos creen; eso hubiese sido lo de menos si como dicen sus áulicos los apremios de la verdad mesiánica no permitían que las formas del protocolo sacrificaran el fondo del asunto. Se lo tiro por el cinismo con el que mintió en su intervención, por como tergiverso cifras y resultados sin ruborizarse, afrentando a propios e invitados internacionales con un discurso barato de aprendiz de chavismo, y por haber convertido un acontecimiento exclusivo de quien se instalaba como nuevo mandatario de los colombianos en un show personal para quedar bien con “el presidente eterno”, no importa que fuese diciendo cosas sin sentido y ridiculizándose él mismo, y al país.
Macías, el bachiller de dudosa ortografía, se empeñó en demostrar que a partir de ese reciente 7 de agosto del 2018 se iniciaba la cuarta república. El complejo de Adán que padecen él y los suyos no les permite reconocer que el país tiene más de 200 años de institucionalidad con logros y déficit social, especialmente en justicia y equidad, asignaciones pendientes desde la revolución en marcha; y que en democracia la alternancia en el poder no son procesos libertarios, sino resultados periódicos y concluyentes en la confrontación pacífica de ideas.