Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 30 de octubre de 2018.- Designar a la avenida que sale del Centro histórico hacia el desarrollo de la nueva ciudad con el nombre de “Pedro de Heredia”, fue negarle su vocación renovadora. Tal vez por estar atrapada al pasado, a la romántica imagen de las callejuelas estrechas, es que no pudo ser la gran autopista con grandes espacios a lado y lado, vegetación y soluciones a las intersecciones viales, y parece más una cicatriz de esas que se hacían antes de los quirófanos con láser.
El Centro de Convenciones de Getsemaní tiene también un fuerte lazo al pasado, del que no hemos podido zafarnos: el pasado del clientelismo, de las malas prácticas políticas, de la corrupción, del 10% en coimas. Rendirle tributo a “Julio César Turbay Ayala” en letras gigantes que dominan la visual frente al Camellón de los Mártires, es amarrar lo mejor de la imagen de la ciudad a lo peor de la fauna política que nos ha gobernado.
Aunque ya lo he propuesto antes, sin suerte alguna, hoy creo que las condiciones han cambiado y la propuesta podría tener mejor devenir: cambiémosle el nombre a la avenida Pedro de Heredia y al centro de convenciones Julio César Turbay Ayala.
Si esa extensa vía, corazón del solobús de Transcaribe, es la que tiene vocación de unidad e identifica a Cartagena, debería tener un nombre acorde con ese talante. ¡qué mejor que Joe Arroyo, el músico más grande que ha parido nuestra patria! Al transitar por ella, deberíamos escuchar los tambores de los años 1600 y no los sables de los conquistadores; podríamos buscar a Tania, a Mary, a la guarapera o ver pasar al caminante. En fin, tendríamos un motivo de orgullo que impulse nuevos estados, y no ese arcaico yugo por quien llegó a acampar a la orilla de una gran bahía, para adentrarse en nuevas conquistas.
Deleznable sentimiento también despierta el del señor Turbay Ayala. Además de su discreta presidencia, y de ser el paradigma de las más censurables prácticas políticas, el único mérito para darle tan alto premio fue el de tener a la mano el bolígrafo con el Germán Montoya, el camarlengo de su gobierno, lo puso a firmar los recursos para trasladar a le Mercado Público y erigir, en su lugar, al Centro de Convenciones. Era más apropiado designar al viejo mercado con el nombre de Turbay Ayala y así resultaría armoniosa la asociación con la basura y desaseo que allí se registra.
En el corazón de Getsemaní, lo más apropiado era darle un nombre con la dignidad y raigambre de alguien de nuestra historia, con la poderosa fuerza del grito de independencia, y médula de los hechos del once de noviembre de 1811. Ese centro de convenciones debe lucir en letras grandes el nombre de Pedro Romero, y no la oprobiosa vergüenza que allí se exhibe.
Cuando algún visitante curioso ausculte la historia de Turbay Ayala, podría llegar a la conclusión que, además de un arsenal de chistes, ser politiquero corrupto amerita gran tributo y admiración en Cartagena de Indias, y entendería también la manera en que llegamos a la crisis institucional de la cual no hemos podido salir.
Ni el señor Heredia ni el señor Turbay Ayala se revolcarán en su tumba cuando cambiemos el nombre de la avenida y el centro de convenciones. Simplemente entenderán que por fin esta ciudad comenzó a cambiar y no habrá ninguna secta ni hermandad secreta que oponga resistencia. Lo único que explica que sus nombres sigan vigentes es la absurda inercia del arrodillamiento histórico irracional.