Cada vez que me siento en el teclado para expresar una idea siento que el ejercicio se convierte en un vestido virtual sin modelaje social. Su diseño con el conocimiento, la profundidad y la picardía de muchos que analizan, sugieren y denuncian, naufragan preguntándonos por dónde empezar y qué ha sucedido con lo anterior comentado.
Creería que la transformación de la ciudad se inicia con mi transformación, con una consciencia objetiva, un desposeimiento de extremos intereses, sin calumnias, con solidaridad, perdón y amor por el desposeído. Cuántas de estas cosas hemos dejado de hacer en el oficio de cada uno, y con gran respeto a la decisión de los no creyentes, yo reafirmaría que con la aceptación de Dios en cada espacio de nuestras almas empezaríamos a vestir una ciudad de manera distinta.
Solo bastan tres palabras para ir transformando: humildad, amor y esperanza, esa esperanza que no nos hará sucumbir, que nos muestra un más allá y que nos dice que el camino es difícil y tortuoso, pero colocando una piedra encima de otra, ganaremos altura y emergeremos de en medio de la pasividad.
Cuántos torcerán la boca y bembearán lo que un político, sentado al frente de su computador, ha transcrito en esta columna. He sentido la necesidad de hablar del Supremo, no importando cuántas veces se devuelva una crítica a mis omisiones y seguramente no faltará quien exprese que como dócil oveja, hoy me pinto porque se avecina una etapa electoral. No señor, no aspiro a que esta posición me reconforte con quienes caminan con Dios en su cuerpo. Más bien crecerán los contradictores y los señaladores, pero una inmensa tranquilidad me hace anticipar que sí estoy tras el triunfo, pero el triunfo de la vida eterna en el que todo será bienvenido.
Escribir y vivir, qué inmenso reto. Cuántos miles de ojos escudriñarán el pasado y el presente de mi vida. Pero hoy he querido escribir sobre lo que he callado, sobre lo que no vemos, sobre lo que renunciamos, sobre la fe. Esa que hemos perdido y que muchas veces hemos tirado por la borda a sabiendas que solo ella puede acompañarnos para cambiar de grises a blancos muchas situaciones de la vida. Y como todo terrenal seguiré en la lucha, pero también en la lucha del espíritu, sin dejar de hacer mi oficio, de pedir los espacios para el partido.
Aglutinando un número de hombres y mujeres con gestiones e ideas que satisfagan la individualidad y lo colectivo de mis seguidores, pero despotencializando todo aquello que atente contra los ciudadanos que habitan la ciudad. No soy feligrés que hable con la autoridad del cristiano y es posible que la debilidad del humano incline mi voluntad, pero estoy cansado de fallar, de aparentar en mi labor cristiana y pido a Dios en esta oración pública, la fortaleza de luchar y ser lo que debo ser, y lo que esta manifestación pueda comprometer. Qué distinto sería nuestro ejercicio con un Dios vivo dentro de cada uno de nosotros, ¡Perdón!
*Concejal de Cartagena