Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- En algún lado le escuche decir a Borges (con seguridad, hiperbólicamente) que desconocía la literatura contemporánea, pues luego de un tiempo, ya entrado en años, se había decidido a releer entre los volúmenes clásicos de su vasta biblioteca. Al escucharlo, vislumbré en aquella actitud una especie de resignación, una formula del cansancio del mundo y una añoranza por un tiempo que se alejó veloz y que, quizás, le deparó mejores sensaciones. Los años son implacables.
Me alarma observar que a menudo prefiero también la relectura de viejos y rayados textos, a las novedades editoriales. Noto en esto las terquedades propias del advenimiento de los años de la vejez.
En ese íntimo ejercicio de repasar lecturas me encuentro con una frase que nuevamente me inquietó, pues la había resaltado en el libro “La sociedad cortesana” de Norbert Elias: “Las experiencias sociales acumuladas pueden perderse siempre”. Esa parece ser una constante del desarrollo sociológico de este país y es probable que por eso, no terminamos de salir de un capítulo de violencia, para sumergirnos en el oscuro abismo de uno nuevo.
Elias agrega que la “continua acumulación social del saber aporta su contribución al cambio de la convivencia humana”, pero está claro que esta posibilidad suele ser excepcional, sobre todo en Colombia. No aprendemos.
Múltiples circunstancias acreditan hoy, un ambiente proclive al reavivamiento del conflicto armado que parecía encontrar salidas políticas con el acuerdo y armisticio firmado entre las Farc y el Estado colombiano en el gobierno anterior.
Suele decirse que el acuerdo de paz del gobierno Santos no habría sido posible sin los duros golpes que recibió la guerrilla de las Farc en tiempos de Uribe. Sin embargo ahora el país parece abocado a una reedición de la política de “seguridad democrática” de 8 años de gobierno uribista, como en un perpetúo retorno, a cambio de avanzar en un programa de consolidación de la paz y el posconflicto. Esto, objetivamente, es una opción irracional, en mi concepto, pues la opción abierta por la guerra es definitivamente una irracionalidad.
Las cifras son contundentes al demostrar la disminución de fenómenos delictivos como extorsiones, secuestros, asesinatos, masacres, desplazamientos, en los últimos años.
Una nota de Portafolio de junio de 2018 da cuenta de un estudio de la Fundación Paz y Reconciliación que señala que entre 2012 y 2017 la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes se redujo de 34 a 24 casos. Los desplazamientos afectaron a 75.000 personas en 2017, mientras que en 2012, cuando no había acuerdo de paz, la cifra llegó a los 272.000. Los secuestros están «en su nivel más bajo de las últimas tres décadas», ya que en 2017 hubo 180 casos, frente a los 3.000 que llegaron a haber al final de la década de los 90.
La pregunta es: ¿Si una política demuestra que es posible salvar tantas vidas y ahorrar tantos sufrimientos, que nos impide consolidarla y persistir en mejorarla honestamente, en vez sacarle el cuerpo a su implementación?.
Entre tanto el gobierno lanza su política de “seguridad cooperativa”, que cuando menos suena muy parecida en el título a la “seguridad democrática” de los 8 años de gobierno de Uribe en los cuales la guerra se recrudeció. Esto sucede en un contexto de aumento de muertes de lideres sociales, de actos demenciales como el reciente de la guerrilla del ELN y de las amenazas del presidente Trump, apoyadas por Colombia, de recurrir a todos los medios para lograr la salida del sátrapa venezolano de Maduro que tanto daño ha hecho a las ideas sociales y en general de una supresión de los términos paz y posconflicto del discurso oficial.
Definitivamente la historia y el progreso de la humanidad no es lineal. Por el contrario, e infortunadamente, suele perderse en los laberintos del odio y el deseo de venganza.