Por Sergio Alfonso Londoño Zurek (Especial para Revista Zetta).- Me advirtieron sobre el día en el que sintiera las ganas de escribir esta columna. Y advertido la escribo, con la leve esperanza que en vez de polarizar ayude a unir.
El sábado, conversando con un alemán amigo, aficionado del kite surf me encontré contándole las maravillas que aún tenía por descubrir en Barú, Islas del Rosario, San Bernardo e Isla Fuerte. Él sacó su celular y se puso a buscar los vientos de las costas cartageneras y enamorado ya de Manzanillo, empezamos a ir isla por isla descubriendo el enorme potencial de ellas para todo tipo de surf. Por supuesto, desde hace ya unos años Freddy Marimón, nuestro campeón nos ha demostrado el valor de nuestras olas y del talento local.
Mi amigo alemán me cuenta que sus amigos en Berlín y Munich consideran a Colombia un destino de moda y a Cartagena la joya de la corona. Un nuevo tipo de turismo se ha desarrollado para el país y sin pensarlo se le escapa una frase poderosa: “gracias a la paz”. Él, quien se vino a vivir a Colombia empleado de una enorme multinacional justo en medio de la polarización que vivía el país en medio del plebiscito nunca me había hablado de nada medianamente político y decidí preguntarle más. Su visión, enteramente pragmática, me llevó a pensar en lo que nos estamos perdiendo.
El mundo nos empezó a ver con otros ojos, más allá de la política interna que nos quiere desgarrar, los cartageneros tenemos la oportunidad de sacarle el mayor fruto a esta realidad. ¿Por qué empeñarnos en una pelea ideológica cuando podemos aprovechar niveles de ocupación hotelera que se ven muy poco en el mundo? Nuestra zona insular y para esos efectos todos nuestros corregimientos sí que necesitan una andanada de europeos, americanos y asiáticos que con sus dólares vengan a generar empleo y desarrollo económico. Cartagena tiene la oportunidad de segmentar su turismo y de atraer aún más visitantes, una ciudad donde Freddy Marimón no solo compita sino que monte su propia academia de surf para niños del mundo entero.
La paz es justamente eso y mucho más. Es la oportunidad que tenemos los colombianos de que no nos definan por un conflicto armado entre hijos de una misma nación, sino como guardianes de tesoros mágicos por descubrir a lo largo y ancho de nuestro territorio. Pasando la página nos aseguramos un mejor futuro, un futuro donde tenemos el tiempo para ocuparnos de otros problemas que han sido invisibles y de construir una sociedad que hasta ahora no hemos podido. Las oportunidades económicas de un país en paz para el mundo nos inserta en el mercado para que dejemos de definirnos a partir de los privilegios y más bien nos entendamos sobre la base de los derechos.
Será más difícil para el resto del país que para Cartagena encontrar el poderío económico que lo conducirá a mayor equidad. Lo digo porque en nuestra ciudad tenemos todo lo que un territorio pudiese soñar, lo que nos falta son las políticas públicas capaces de responder a esas potencialidades. Pasemos de la lucha ideológica nacional al pragmatismo territorial. La guerra es la mejor amiga de la pobreza y la paz la mejor compañera de la creación de oportunidades.
Aprovechar este momento es poder crear las condiciones necesarias para mejorarle la vida a miles de cartageneros que hoy han sido maltratados por la lógica inequitativa colombiana. Es como bien decía Gabo: poder crear el escenario para “una segunda oportunidad sobre la tierra”.