Por Sergio A. Londoño Z. (Especial para Revista Zetta).- En este Festival del Dulce que – por lo que pude observar como comensal – fue un éxito escuché a muchos visitantes preguntar por la proveniencia del Icaco. Como cartagenero tengo una relación de afecto, casi veneración por esta fruta que al ser hervida en agua y azúcar produce semejante manjar como aquel dulce que lleva su nombre. El icaco además me recuerda la paciente labor de mi tía Olga al cuidar el árbol, la fruta y luego elaborar el postre. Son esos recuerdos los que me llenan de nostalgia y fomentan mi alegría al ver la consolidación, gobierno a gobierno, de los Festivales Gastronómicos Distritales.
Sin embargo, al escuchar a esos propios y extraños que preguntaban por el origen y descripción de esa particular fruta, se me vino a la mente un incentivo público de un país del sudeste asiático. En dicha Nación el Estado busca desde hace más de 20 años que la ciudadanía plante arboles frutales en sus parques, casas y al borde de las autopistas. Fomenta además que cuando se consuma frutas se lleven las semillas a centros de acopio para su reproducción. Gracias a esta política se ha logrado reforestar miles de hectáreas de bosque nativo, el regreso de animales silvestres a las ciudades y la agradable situación de tener frutas en los espacios públicos que cualquiera puede disfrutar.
En Cartagena con la densificación territorial hemos ido presionando cada vez más nuestros espacios públicos. Bocagrande, Castillogrande y Laguito por ejemplo, solían estar llenos de arboles de icaco y de uvita de playa, hoy creo que no he visto el primer icaco en alguno de esos barrios. Lo mismo pasaba con los almendros y mangos que daban refugio a niños y jóvenes que corrían detrás de una pelota en cualquier parque de la ciudad. Poco a poco hemos ido perdiendo la huella verde y frutal de nuestra Cartagena.
Esto no solo representa una pérdida importante para la naturaleza sino también para el entorno socio afectivo de quienes vivimos en Cartagena. Los arboles frutales nativos son elementos de primera importancia para nuestra identidad como cartageneros. El mango, el icaco, el níspero, el mamón y el tamarindo son especies íntimamente ligadas a nuestros recuerdos, a nuestros fogones y a nuestra infancia.
Por ello, una de las iniciativas ciudadanas más importantes y que no requiere mayor coordinación por parte de las autoridades sería incentivar una siembra masiva de arboles frutales en nuestros espacios públicos. Hay personas que han venido haciendo campañas importantes, como George Salgado, por la concientización de los espacios públicos como zonas para el disfrute verde. Estos esfuerzos, complementados con el mayor interés posible por parte de la ciudadanía lograría conectar factores identitarios y de propósitos comunes en nuestros barrios. Si cada vecino logra hacer una guardería de arboles frutales o sembrar y adoptar un árbol, empezaríamos a cambiar el eje transformador de nuestra vida en sociedad: el espacio público.
Un espacio público que logre escapar de la tragedia de los comunes se convertiría en un arma de marcado calibre en la batalla por lograr una sociedad más equitativa y mejor conectada entre si. Fomentaría además, como ha hecho en Tailandia, la posibilidad de trabajar mancomunadamente entre vecinos por tener comunidades que dialoguen entre si para el desarrollo sostenible y la conservación ambiental.
Que privilegio sería tener parques con arboles cargados de mango e icacos y generar espacios de rescate de la cocina tradicional en cada uno de los barrios de la ciudad a partir del cuidado comunitario de los ecosistemas zonales.