Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- Hay quienes juzgan que Ludwig Wittgenstein fue uno de los pensadores más destacados del siglo XX. No soy quien para cuestionar tal afirmación y debo agregar que un par de sus planteamientos llaman mi atención.
El primero es concebir la filosofía como una acción tendiente a resolver problemas concretos, esto es, rechaza la filosofía como simple teoría acerca de los problemas. Tal vez si esto se comprendiera, nadie osaría sugerir la proscripción de la enseñanza de la filosofía en los planteles de educación.
De otra parte, Wittgenstein expone que la realidad está determinada por el lenguaje. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” sostenía. Compleja, pero atractiva proposición, que intentaré interpretar, quizás sin éxito.
Cometamos un ejemplo: Un ciego innato ignora el color rojo; no es parte de su realidad. La palabra rojo carece de contenido para él. Pero diría que si la ceguera le es sobreviniente, el ciego prescinde de la realidad del rojo, aunque ya no de manera absoluta pues tal vez le queda la alegoría de una rosa escarlata que quizás acarició.
Luego de lanzar estas tesis, Wittgenstein rectifica su teoría y señala que no solo las palabras determinan lo que es o de que esta compuesto el mundo, sino el uso que una comunidad le otorga a las palabras; es su idea de “los juegos del lenguaje”.
Estas conjeturas me obligan a un aterrizaje en lo áspero de la política para hacer notar como del argot gubernamental han desaparecido, prácticamente, términos como “paz” y “posconflicto”. Los contratos paz, una herramienta de planificación e inversión en los territorios azotados por el conflicto, volvieron a su antigua denominación tecnocrática: Contratos plan. Por su parte el antiguo alto comisionado para el posconflicto, es ahora consejero para la estabilización y la consolidación. La JEP es objeto de una estrategia que busca su eliminación.
El uso de un lenguaje determinado y la supresión de algunos términos, son movimientos de un juego del lenguaje que propicia contextos, determina nuevas realidades. Los ciudadanos suelen adaptarse entonces, y actuar en consecuencia. Tal vez por eso un ambiente de conflictividad parece retornar a zonas en las que se entendía instalado el posconflicto. Tal vez por eso la reaparición de directrices y reglas que se parecen a aquellas que desgajaron los “falsos positivos”.
Se cuenta que en el año 1936, don Miguel de Unamuno peroraba en un acto solemne de la Universidad de Salamanca de la cual era rector: “no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición)”. Se dice también que hubo una replica agresiva del general fascista Millán – Astray: “Muera la inteligencia, viva la muerte”.
Sin duda una buena causa para algunos es no dejarse ganar o confundir de ciertos juegos del lenguaje a fin de no ser derrotados por una realidad aciaga y violenta que se nos pretende imponer.