Por Danilo Contreras (especial para Revista Zetta).- El gobernador Turbay ha mantenido con disciplina espartana el criterio de gobernar desde los territorios, lo cual es menester considerando la extensión y complejidad de nuestra geografía, así como las históricas necesidades que padecen las comunidades más apartadas del departamento.
Bajo el lema “estamos donde nos necesitan”, el gobierno departamental en pleno inició una nueva expedición al sur del departamento desde el 27 hasta el 31 de mayo, para recorrer los municipios de Morales, Simití, San Pablo, Santa Rosa Sur y Cantagallo. Se trata de un esfuerzo logístico complejo, que inició con la presencia de todo el gobierno en el Consejo de Justicia Transicional celebrado en Morales.
El pleno del consejo fue el escenario que permitió a las autoridades civiles y militares con jurisdicción en la región, conocer las alertas tempranas lanzadas por la Defensoría del Pueblo por amenazas a importantes lideres comunales y campesinos de los corregimientos de Corcovado y Micoahumado del referido municipio de Morales. No hay duda que los actores de la violencia pretenden recrudecer su accionar en esas comarcas que históricamente han sido escenario del conflicto.
Causa estremecimiento escuchar el clamor desesperado de los habitantes de la zona que solo reclaman tranquilidad para dedicarse a sus labores rurales.
Juan Bautista es un líder campesino curtido en la función de levantar los reclamos de sus coterráneos y en los difíciles esfuerzos de conducir a su comunidad de Micoahumado por los laberintos oscuros de una guerra que rechazan. Su rostro esta esculpido en el material de que está hecho el estoicismo y su humanidad está coronada con las canas que demuestran que es un sobreviviente pertinaz.
Juan B., como le llaman, se queja amargamente de la estigmatización de que han sido y son victimas por cuenta del histórico asentamiento de reductos del ELN en las inmediaciones de Micoahumado. Rechaza enfáticamente esa satanización que pone a la población civil entre fuegos enemigos y reclama la tranquilidad que como seres humanos merecen para poder trabajar la tierra, cosechar y sacar sus productos a los mercados.
El consejo concluye con el compromiso del gobernador Turbay para hacer presencia en Micoahumado con toda la oferta institucional del departamento en las próximas semanas. Culminada la reunión, los equipos del gabinete departamental se despliegan por la zona por diversos medios, el rio o vía terrestre; el destino, las poblaciones del sur profundo de Bolívar.
El equipo de agricultura toma la ruta fluvial que conduce de Morales a la hermosa Ciénega de Simití, con la misión de concertar con los directores de Umata de los municipios de Simití, San Pablo, Cantagallo y Santa Rosa Sur los insumos para la estructuración del Plan Departamental de Extensión Agropecuaria, un instrumento normativo que deberá presentarse a la Asamblea para aprobación, a efectos de permitir el acceso de la población rural a herramientas fundamentales de investigación, desarrollo tecnológico, transferencia de tecnología, gestión del conocimiento, formación, capacitación y asistencia técnica como soporte para mejorar la productividad, comercialización, competitividad y sostenibilidad del sector agropecuario.
Desde el sur, Cartagena se ve demasiado distante; es otra realidad. Los rezagos del conflicto armado en la región no alcanzan a conmover a la metrópoli, según comprendo. La exuberancia de la naturaleza en el sur, en recursos hídricos, minerales, agriculturas y una cultura que es simbiosis de un encuentro de caminos, parece ser también la causa aciaga de sus padecimientos. El Estado no ha llegado a muchos de aquellos territorios confinados en una vorágine de ríos, selvas y montañas agrestes.
Los equipos de las distintas dependencias de la Gobernación se cruzan en una u otra población, en el trajín del cumplimiento de sus particulares agendas. Queda claro que ningún esfuerzo debe ahorrarse para impulsar la presencia institucional y llevar desarrollo a estos territorios.
Ya al final de nuestra expedición, algunos llegamos a Cerro Burgos, un mitológico y desvencijado puerto a orillas del Magdalena, que sirve de umbral de entrada y salida al sur profundo del departamento. La violencia lo ha devastado. Saliendo de allí en mi retorno a Cartagena, me encontré con un desdibujado mural que es un testimonio o, quizás, un grito contenido de esperanza de aquel pueblo por un futuro en paz, por un “Cerro mejor”, como reza la frase de colores desgastados que apenas se alcanza a leer y que cierra el mural. “En el pasado sufrimos tristeza y dolor, en el presente y futuro trabajamos por un Cerro Mejor” se lee en la ajada pared del puerto. Este es un anhelo que repiten los pueblos en todos los territorios donde fue y es la violencia en Colombia, que bien merece ser enaltecido con presencia del Estado en todos los niveles, llevando bienestar y empatía con los paisanos de esa exuberante región.
Qué bueno sería ver a Cerro Burgos convertido en moderno muelle fluvial multimodal, que puede replicarse en otras poblaciones ribereñas, en una novedosa concepción logística que conecte a través del Magdalena, el sur del departamento con la bahía de Cartagena. Vale soñar y trabajar para que los sueños sean realidad; pero primero es menester la paz, no la pacificación. Lo primero es un proceso que intentamos emprender. Lo segundo es una imposición sin cambios de fondo.