Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- Si. Creo que no me quedará otra alternativa. Hablo por mí. Sería abusivo sugerirlo a un colega. Sin embargo, como van las cosas, atendiendo las novedosas teorías referentes a la concepción del Estado y del derecho, bien valdría la pena armar una gran pira nacional para hacer cenizas todos los diplomas de los abogados del país. Ah y de paso aprovechar para alimentar las llamas con lo que queda de los acuerdos de desarme con las Farc.
Suena fatídico, pero a eso nos invita un sesudo segmento de la opinión que aspira a un nuevo diseño de la teoría y la arquitectura del Estado.
Si no fuese tan grave, por sus eventuales consecuencias, pensaría que es una mamadera de gallo el último debate a que nos tiene sometidos la más destacada dirigencia política de la nación: La entronización del Estado de opinión como “fase superior” del Estado de derecho. Eso es lo que escucho y leo en los medios. Vaya nadar, diría mi viejo (bueno, para ser franco, mi padre remplazaría la expresión “nadar” por otra un tanto fuerte, que no osaría utilizar por respeto a mis escasos lectores).
Debo confesar que me ha costado un par de décadas y algo más, de estudios y especializaciones comprender que el Estado Constitucional y Social de Derecho, consagrado en el artículo primero de la Carta Política, es la expresión depurada del pensamiento filosófico y jurídico de los teóricos que luego de la barbarie totalitarista que significó la Segunda Guerra Mundial, quedó plasmada en las constituciones alemana e italiana y que luego fue acogida por España para superar la oscura era del franquismo y aclimatar así una idea de la democracia liberal moderna, que respetara la separación de poderes, la garantía de los derechos fundamentales y el respeto de las minorías de modo que el destino de las repúblicas no se determine bajo el criterio único de una mayoría expresada electoralmente.
Ahora me vienen los teorizantes del “régimen” con que no, que es que el fundamento esencial del Estado no se encuentra ya en los valores concretos de la democracia, la participación, el pluralismo, el respeto a la dignidad humana, el trabajo, la solidaridad y la prevalencia del interés general, sino en la vaga y efímera conceptualización de la “opinión pública”.
Los primeros interrogantes que me asaltan ante un cambio de paradigma de tanto calado son: ¿Qué es la opinión pública?. O ¿a la opinión de quién o quiénes deberemos atender los meros colombianos, luego de que prevalezca la nueva teoría? ¿La opinión de los empresarios, de los sindicatos, de los columnistas de los periódicos de la capital, o de los hacendados, etc.? ¿Cuál de esas valiosas opiniones determinará en últimas los cambios que el sistema constitucional amerite? ¿Qué empresa encuestadora determinará con el rigor científico de las estadísticas, cuál es el estado de la opinión?
Una primera respuesta si es segura, no será la opinión de los más humildes ciudadanos del país, pues generalmente cuando esta no es desconocida, suele ser vilmente manipulada.
Habermas concibe la opinión como aquella que surge de la deliberación pública entre personas, grupos o clases, siempre que el debate este mediado por la razón.
Si lo anterior fuese así, es muy posible que el concepto de “opinión pública” tenga un carácter esencialmente variable, esto es, carecería de la condición inmanente al cual tienden los principios fundantes del Estado Constitucional y Social de derecho mencionados arriba. La opinión pública no es entonces un valor; es en cambio la expresión del pensamiento de una persona, grupo o clase en un contexto público, social y temporal en el que este garantizada la deliberación racional y la expresión de las minorías.
Me alarma la manera como se le abre campo a un simple juego de culebreros que bajo las formas de una “profunda” elucubración teórica, pretende imponer el propósito de desaparecer la jurisdicción constitucional y la Justicia Especial de Paz que tan incómodas van siendo para los sectores más reaccionarios del país.
La más mínima concesión a estas tesis será la claudicación de la idea de democracia liberal que muchos, tal vez candorosamente, profesamos, y será la inauguración de una época oscura de populismo, manipulación y despotismos.
En el Caribe cuando un “pelaito” anda muy necio por ahí, la abuelita suele decirle, “vea mijo vaya a ver si la puerca puso”.
Yo le diría lo mismo a los que andan por ahí recogiendo firmas para un referendo que recoge el “estado de opinión” pero que en verdad busca acabar con las cortes, que mal que bien, nos están mostrando muchas verdades.