Por Danilo contreras (Especial para Revista Zetta).- Me atrevo a escribir acerca de un tema que no es completamente extraño a un mero ciudadano como el autor, ni a ningún otro cristiano: La conquista de la luna.
Digo que el tópico no es ajeno a mi, por una razón que poetas y astrónomos (es bastante improbable que aquellos o estos lean esta nota) calificarán prosaica. Hace tres décadas, seguramente más, indague a mi abuelo, Bernabé Contreras, su opinión sobre el viaje a la luna. Bernabé, un hombre ya anciano por esas calendas, había bajado a Bucaramanga muchos años antes, desde las breñas de la cordillera oriental, desterrado por la violencia de los partidos, trayendo consigo a su esposa Valentina y a una numerosa prole que se instaló bajo un techo humilde en la goteras de aquella ciudad. Su respuesta a mi requerimiento fue tajante: “ Que…eso es pura mierda”. Aún hoy, en algunos sofisticados círculos mundiales, se maneja la tesis de una conspiración para hacer parecer real lo que es una gran mentira. De modo que mi abuelo no estuvo solo en su incredulidad.
La conquista de la luna no es una epopeya reciente; antes de Armstrong, Aldrin y Collins, muchos literatos lo intentaron. Recuerdo haber escuchado a Borges en una añeja entrevista que flota en el espacio virtual afirmando sin titubeos que una de la metáforas más consistentes de la literatura es la comparación de la luna y el espejo. Y en efecto aquel argentino escribió los versos que rezan: “Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna”.
En el premonitorio siglo 19, Julio Verne, predijo con asombrosa minucia lo que luego realizó el Apolo 11 y sus tripulantes, de tal manera que el arte se asimiló a la ciencia, haciendo realizables las quimeras. Lo imposible, a fuerza de audacia, se hace posible, una moraleja que siempre esta a la mano de una gran variedad de idealistas, a no ser que se considere que hoy día una moraleja suele ser una necedad o, quizás, un anacronismo.
Otras, no menos inquietantes, han sido las conquistas de la luna intentadas por la ciencia y la política. Kennedy, que a su manera y de forma anticipada quiso hacer realidad el propósito dudosamente loable de Mister Trump de hacer grande a América, le propuso al pueblo gringo en su discurso de 1962 que “Hemos decidido ir a la luna en esta década y también afrontar otros desafíos, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles”.
Años más tarde, la Nasa, reclinada en el conocimiento científico de un exnazi, Wernher von Braun, logro que la ciencia se pusiese, una vez más, al servicio de la política en la carrera espacial.
Toda está épica que se celebra por estos días tiene origen en la mera curiosidad que habita naturalmente en el espíritu humano. Sin embargo la curiosidad de los hombres puesta en manos del poder, suele esconder propósitos inconfesables. La curiosidad como deseo de conocer, impulso a personas como Armstrong, Collins y Aldrin. A la Nasa y a Kennedy los impulso la necesidad de ganar la guerra fría en el espacio. No podemos olvidar que toda conquista acostumbra ser oprobiosa.
En fin, todo parece indicar que el sueño idílico de los poetas acerca del aquel cuerpo astral ha quedado frustrado, pues se ha conocido por boca de los astronautas que la luna apesta. Luego de ese memorable 1969 ningún enamorado debería cometer la impropiedad de prometer la luna a la mujer amada.