Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- Encuentro una genuina sutileza en las formas de las gentes de este país, que se expresó desde el recibimiento que nuestras hermosas guías nos ofrecieron en el aeropuerto internacional de Incheon, con una leve inclinación del cuerpo, guardando distancia, a diferencia de la efusividad del saludo entre latinos. Es su venia convencional y en el curso de preparación fuimos advertidos de ser muy comedidos en el trato.
Ratifiqué mi primera impresión al compartir la mesa con los anfitriones. Las comidas son algo muy cercano a un ritual que para los coreanos tiene importancia central. Reivindican con fervor su gastronomía y su Kimchi: Vegetales diversos, fermentados y usualmente picantes que acompañan todas sus comidas. Tal vez de manera impropia lo he comparado con el “hogao” colombiano. Nuestro “ajibasco” es agua de azúcar comparado con el picante de algunas de sus preparaciones.
He notado inquieto la referencia permanente al periodo de colonización japonesa en el país, que se extendió desde 1910 a 1945. Una herida amarga que no logra sanarse en el espíritu de los coreanos. Algunos atribuyen a eso un sentimiento nacionalista que les lleva a ponderar su raza, con todo lo bueno y lo malo que esto pueda significar. Además exaltan su pasado monárquico que tienen muy pendiente en la alusión a los ancestros de nobleza de sus apellidos, regiones y costumbres.
La educación de sus hijos es preocupación central de las familias coreanas, al punto de sacrificio estoico de los padres. Tienen claro que en el conocimiento esta la clave de la prosperidad.
El Rey Sejong, el grande, de la dinastía Joseon, es uno de sus próceres más ponderados, y no por sus guerras o conquistas, sino por haber creado el alfabeto coreano en 1443.
Las siguientes líneas no son suficientes para hablar de su asombrosa agricultura, que como su desarrollo en general, mezcla arraigadas tradiciones con su ciclónico sentido de innovación.
Luego de la colonización japonesa, el país quedó sometido al rigor del hambre. Empezaron entonces una serie de “revoluciones” que continúan. La “verde” que enfatizó en irrigación para recuperar sus cultivos de arroz, base de su dieta. La “blanca” que implementa la agricultura en invernaderos para producción intensiva de alimentos y, actualmente la inteligencia artificial en la cual todos los procesos pueden controlarse, incluso, desde un smart phone.
Pero una inquietante paradoja se cierne sobre su economía, pues mientras en 1970 el aporte de la agricultura al PIB era de 24.9%, en 2017 es de 1.7%; en tanto que se reducen áreas de cultivo, la edad de la población dedicada al campo va en aumento y la demanda alimentaria crece, lo que incrementa importaciones.
Sin embargo, científicos como el profesor Cho, Myeong Cheul de la Rural Development Administration, luchan por hacer más eficiente la producción. Su lema testimonia el talante nacional: “Si nos lo proponemos, lo logramos”.
No dejo de pensar cuanto camino falta por recorrer en Colombia para superar nuestra pre modernidad en materia agraria.