Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- Luego de la amarga colonización japonesa que cesó en 1945 y de la barbarie de la guerra que dividió a la nación, hambre y pobreza inenarrables se adueñaron de la población. La devastación hacía impensable un futuro distinto al sufrimiento. Las ciudades quedaron destruidas y los campos improductivos.
Sin embargo, de la nada, el resurgimiento del pueblo coreano se fue abriendo paso a partir de los 60’s. Un movimiento de fuerza insospechada impulso una filosofía de vida que esta en el sustrato del milagro económico que apreciamos 60 años después: SaemaulUndong, o movimiento de la nueva aldea.
La recuperación total debía comenzar por superar el hambre, pero el campo estaba siendo abandonado y los cultivos de arroz, alimento básico de los coreanos, había mermado. La ciudades estaban siendo revitalizadas por la industrialización, pero nada seria de estas sin alimentos.
En 1970 el presidente Park, Chung-hee, al tanto de esta dificultad, observó en una de sus visitas a zonas rurales, una aldea que había logrado reorganizarse y auto gestionar la recuperación de sus cultivos y condiciones de vida. Este ejemplo fue apoyado por el gobierno que replicó la experiencia en más de 30 mil aldeas del país, entregando materiales para fuesen los pobladores quienes gestionarán la solución de sus graves problemas. El lema que transformó sus mentalidades derrotadas por el horror de la guerra fue: “Si nos lo proponemos, lo lograremos”. Este se constituyó en el discurso necesario para generar toda una revolución incruenta de cambios que aún tienen lugar. Sus principios básicos: Diligencia, auto gestión y cooperación. Esa ética nacida en zona rural, trascendió a las ciudades.
Seúl es la muestra de lo que muchos catalogan como un milagro. Y tienen razón. Lo que este pueblo ha realizado en 60 años es asombroso.
El aseo es el marco general del esplendor de sus gigantescos rascacielos, entre los que se cuenta el Lotte World Tower, cuya altura supera los 500 metros. Con estilizada forma de pincel de caligrafía coreana, es uno de los más altos del mundo.
Las avenidas de Seúl asemejan anchos ríos de Hyundais y Kias, marcas icónicas del país. En esta selva de vidrios y concreto, tropezamos con un corredor a desnivel que cruza por encima una gran avenida; una especie de sendero verde, en el que los ciudadanos pasean con tranquilidad, se ejercitan o pasan del sector de Myeongdong hacia la estación central del Metro de Seúl.
En la metrópoli convive lo moderno y lo tradicional de su arquitectura milenaria. Lo constatamos en la zona del City Hall, en el que se alinderan el gran palacio de la dinastía Sejeon, con edificios del gobierno, la embajada americana y la majestuosa plaza en la que se erige el monumento al rey Sejong El Grande, exaltado, no por sus guerras, sino por la creación del alfabeto coreano.
Caminando sus calles, imaginé que si alguna vez había carros voladores, Seúl sería pionera. No dudo que en Colombia y Cartagena no estaría de más revolucionar mentes.