Por Horación Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Al inicio de cada año son normales los balances: que se logró, cuantas metas no se alcanzaron, cuales quedaron entre claroscuro y en que consistieron los avances son interrogantes propios de las evaluaciones del momento. Las empresas hacen seguimiento al cumplimiento de sus expectativas financieras y gerenciales previamente definidas en los planes de gestión y a su estado de pérdidas y ganancias con la consabida acumulación de capital, satisfacción en la responsabilidad social empresarial, a partir del respeto a los derechos humanos de los trabajadores, generación de empleos y la contribución fiscal para la redistribución de la riqueza.
También es tiempo para elaborar la programación con los nuevos retos y propósitos; generalmente aquellas metas que recibieron la connotación de importantes para el cumplimiento de la misión y el crecimiento empresarial frustradas en su ejecutorias se revisan y si es el caso se rediseñan para en el nuevo año pretenderles feliz término. Hay que recordar que el éxito de cualquiera empresa depende de mesclar varios reactantes para alcanzar un producto. Para hacer eficazmente una cosa es menester tener inclinación a ella, y aún quererla con pasión vehemente, había expresado el libertador Bolívar refiriéndose a los designios de mandar.
La vida personal no es la excepción, cada año que termina por lo menos, nos debe obligar a la reflexión sobre el puesto que ocupamos en la sociedad, y sobre cuáles son nuestros deberes como seres humanos, más allá del señalamiento de instrumento para la acumulación material en el mundo del consumo, pero sobre todo, que tanto hemos avanzado en el compromiso individual con la preservación del medio ambiente, y la lucha por la dignidad del hombre que conlleva a combatir desde nuestra orilla la reducción de las brechas de inequidad y pobreza que hacen al mundo desigual y particularmente a nuestro país uno de los más. Según la ONG Oxfam la brecha no cede, sino que se ha acentuado, a tal punto, que 26 multimillonarios tienen más plata que 3800 millones de pobres, el 50% de los habitantes de la tierra.
Entonces el nuevo año no puede observarse con la mirada simplista de supersticiones y cábalas. Los propósitos en las nuevas acciones, y por supuesto, en las enmiendas por plantear deben ser para poner el bienestar del hombre en el centro moral de la sociedad. Nada debe demandar mayores esfuerzos de los gobernantes que la felicidad de sus asociados, lo que solo es posible con un government good.
Este año que apenas da sus primeros pasos tiene la característica de ser a la vez, inicio de otra década y la partida de los gobiernos locales elegidos en octubre pasado. Los nuevos gobernantes que apenas se están acomodando en los sillones se encuentran con un fenómeno político que recorre los países del mundo: el de la indignación. La gente, especialmente los jóvenes, están en las calles reclamando futuro, transparencia en el manejo de los recursos públicos y respeto por el planeta.
La década antepasada quedo manifiesta en la historia colombiana con las grandes movilizaciones de furiosos contra los excesos de la guerrilla de la Farc, el asalto a la Constitución Política con la reforma al articulito, en beneficio propio del presidente de turno para permitir su reelección y los falsos positivos; la pasada por el acuerdo de paz con la Farc y las movilizaciones de indignación contra el establecimiento por la obsolescencia del modelo de democracia representativa. Las dos anteriores se pueden considerar fallidas, y la que apenas inicia, con el exterminio sistemático de líderes sociales, el negacionismo, la negativa a negociar el pliego que le ha presentado al gobierno la ciudadanía como actor principal de lo que Dominique Rousseaun llama la democracia continua y el retorno del mesianismo está con pronóstico reservado.