Por John Zamora (Director Revista Zetta 20 años).- La bienvenida está por cuenta de una bandada de Ara ararauna y Ara macao… luego, tras una refrescante cascada, se pueden ver unos Anhima cornuta, Psarocolius decumanus, Porphyrio martinicus y uno que otro Aratinga solstitialis… más adelante se divisan Psittacara wagleri, Vultur gryphus, Balearica regulorum, Pavo cristatus y un lago con Phoenicopterus, y cuando termina el recorrido, la despedida puede ser por unos Ramphastos ambiguus, Eudocimus albus, Nycticorax nycticorax o Jabiru mycteria.
Y hay muchas más especies.
Todas ellas están en el Aviario Nacional de Colombia, un lugar inimaginable cuando se habla de Barú… ¿Barú? ¿Acaso no es un paradisiaco rincón de Cartagena con playas de arenas blancas y mar azul?
En el kilómetro 14,5 el viajero no vira hacia la derecha para ira a la playa, sino a la izquierda, donde lo recibe un gigantesco kiosko tras el que se puede ver el aletear y bulla de las guacamayas azules y las guacamayas bandera (Ara ararauna y Ara macao).
Es la puerta para ingresar a otro mundo, maravilloso por demás, siete hectáreas con una dimensión pletórica de colores, sonidos y miradas de unos seres fantásticos, variopintos, multifacéticos, y de personalidades tan marcadamente distintas como fascinantes. Las aves conviven en ambientes muy parecidos al lugar de donde son originarias, en 22 exhibiciones establecidas en lo que allí se denomina aviarios de inmersión, aviarios radiales, ciénagas y lagos, y hay tres ecosistemas: selva húmeda tropical, zona de litorales y desierto.
La ruta para el visitante está demarcada con los nombres comunes y científicos de las especies y al final del recorrido hay una presentación didáctica, donde varias aves brindan un espectáculo inigualable, bajo la batuta de sus cuidadores.
Margy Bayter, directora general del Aviario Nacional, dice que al cumplir cuatro años quieren hacer mayor énfasis en el rol didáctico, y tienen las puertas abiertas a las instituciones educativas de Cartagena y Bolívar. “Somos una entidad conservacionista que busca a través de una exhibición moderna y representativa de avifauna en ambientes naturales, promover el conocimiento sobre la diversidad colombiana, su uso sostenible y su manejo responsable”.
“En el Aviario Nacional de Colombia tenemos 170 especies de aves y cerca de 1700 ejemplares. El recorrido realizado en el Aviario es unidireccional y dura aproximadamente dos horas”, dice.
Carlos Cortés es zootecnista y nos habla de la manera en que se alimenta cada especie, según sus características, y la forma en que se busca que el alimento contenga todos los nutrientes que requieren los ejemplares.
Ángela Carreño, directora de mercadeo, nos dice que hay un programa de responsabilidad social con las instituciones educativas de Barú, para que sus alumnos ingresen de forma gratuita.
El equipo que tiene a cargo el cuidado de las aves tiene un importante componente de nativos de Barú, lo que también representa una fuente de empleo para la zona.
Es una experiencia edificante visitar el Aviario y dialogar con el consagrado equipo que allí labora, pero el diálogo es sobresaltado porque de un momento a otro aparece un pavo real a acompañarnos, o siempre hay un detalle por observar… descubrir dónde están los siete búhos reales que se camuflan entre la vegetación, sonreír con las actitudes de los pericos, admirar la imponencia del águila arpía, contemplar la majestuosidad del cóndor, extasiarse con el colorido de flamencos e ibis colorados, divisar cientos de aves migratorias en sus lagos, o, incluso, caminar lento y silencioso al lado de una pareja de cisnes que escogió un rincón la lado de la tienda de recuerdos para anidar…
En el Aviario Nacional de Colombia no solo toma vuelo nuestra conciencia ambientalista sino nuestra espiritualidad. Hay que ir. Hay que regresar.