Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta 20 años).- Desde la revolución francesa las luchas laborales se han encaminado a proteger al trabajador de los abusos del patrón y en ese dirección la legislación ha intentado equilibrar la asimetría natural en la relación de la contratación humana entre dos partes que son estructuralmente desiguales; una con mayor capacidad material y recursos económicos y otra caracterizada por contar solo con su energía de trabajo y muchas carencias hecho que de plano facilitan al primero imponer sus condiciones al momento de contratar y a las que generalmente se adhiere el segundo con pocos argumentos para discernir entre la premura de la subsistencia o la vigencia de sus derechos.
En el sistema capitalista el salario y la seguridad en el trabajo son las causas de los mayores desencuentros entre proletariado y empleadores. De la retribución del trabajo depende no solo el ingreso del trabajador, sino el sostén de su familia. El salario permite a los trabajadores proyectar su felicidad a corto, mediano y largo plazo accediendo a bienes y servicios distintos a los fundamentales de educación, salud y alimentos, lo que lo hace la principal reivindicación social en la historia del mundo laboral. No se puede calificar a una sociedad como democrática sin salarios y trabajos dignos.
El neoliberalismo desde finales de la década del 70 ha sostenido la tesis según la cual la productividad y la inversión de las empresas dependen del grado de flexibilización de los mercados laborales, y a no ser, según declaran sus inspiradores, que los gobiernos los promuevan estas levantarían vuelo a otros lugares donde los costes del trabajo sean más bajo. No en vano para la industria del vestido resulta atractivo aquellos países como Bangladésh donde en las zonas francas de exportación los trabajadores laboran en precarias condiciones de seguridad, jornadas laborales sin ninguna regulación, salarios por debajo de la línea de pobreza, imposibilidad a la afiliación sindical y a la negociación colectiva.
Para Guy Standing la flexibilidad en esencia significa aumentar sistemáticamente la inseguridad de los empleados, manifiesta el autor de la obra El precariato, una nueva clase social, ser este el precio a pagar supuestamente necesario para mantener la inversión y el empleo según los economistas neoclásicos. Los empresarios lo que desean en el fondo es un sistema sin regulación de las relaciones laborales para que sea a través de la mano invisible del mercado, como le llamo Adam Smith a las reglas naturales de la oferta y la demanda, que se logre al mismo tiempo, el máximo bienestar social mientras ellos buscan sus propios interés.
La inconformidad social que se manifiesta en las calles del mundo, la cual logro en Colombia mayor relevancia desde el 21N, las motiva como en el resto de las ciudades la desigualdad, la inequidad y por supuesto la concentración de la riqueza. Con estos hechos de insurrección pacifica, no obstante el esfuerzo del establishment por dar mayor trascendencia a hechos aislados y provocadores de vandalismo dejan de presente que la mano invisible del mercado antes de lograr el bien común como objetivo de su causa solo alcanzo alimentar la ambición privada, a lo que también temía Smith, contando para ello con la complicidad de gobiernos y dirigencia política.
Joseph Stiglitz premio nobel de economía y asesor de Clinton durante su presidencia sostiene que la globalización a nivel general no mejora el nivel de vida, sobre todo en los países subdesarrollados y que la sensación que tenemos todos es que hay un sistema económico que se inclina a favor de las grandes empresas. En Colombia, el país más desigual de la América latina y uno de los más desiguales del planeta la mitad de la población vive con menos de un salario mínimo y por decreto (DANE) no se consideran pobres a quienes ganen más 250.626 pesos mensuales y menos de 590. 398 pesos.
La más flexibilización laboral, que es el desmonte de la social democracia ha conllevado a la formación del precariado; la nueva clase social que según Standing, se encuentra en condiciones de mayor pobreza en relación con el proletariado, como lo entendíamos en el sistema de clases del siglo pasado al no tener siquiera anclaje laboral. Además, de no contar con contratos de trabajo duraderos o relativamente estables, sin jornada de trabajo, sin derecho a la representación sindical y a la negociación colectiva, sin seguridad en el mercado laboral, en el trabajo y en los ingresos.
La tercerización laboral que ha chatarrizado el contrato de trabajo y de momento el trabajo por horas propuesto del cual se puede presumir será también suministrado, son instrumentos a disposición del empleador para comprar su irresponsabilidad laboral al disponer en la cadena productiva de trabajadores con los que no tienen ninguna relación laboral. La premisa del crecimiento productivo para generar más empleo es cierta, pero la conclusión que para lograrlo es necesario disminuir la tributación a las empresas sacrificando la inversión social y pauperizando las condiciones de vida de la clase obrera es inatinente.
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