Por Pastor Alonso Jaramillo (Especial para Revista Zetta 20 años).- En la celebración de los 20 años, bien llevados, de la Revista Zetta – cosa que nos enorgullece a sus lectores- escogí un tema del que hace rato quería decir algunas cosas – sobre todo porque en el ambiente local de los opinadores se dicen muchas mentiras al respecto- y este es el de la poderosa maquinaria en la que se ha convertido el capitalismo chino y sus resultados sobre la vida de millones de personas.
Pero para esto tenemos que ubicarnos brevemente en los finales de los años 70 del siglo XX. Después de los colosales planes del Gran Timonel como fueron la colectivización agrícola, el salto adelante y la Revolución Cultural, ya casi nadie, sobre todo en el campo que era la gran base social del maoísmo, creía en el comunismo. Es así que empiezan a asomar los reformistas que abogan por la introducción de elementos de las poderosas economías capitalistas, pero estos hombres y sus ideas fueron sacados de la vida pública y del Partido-Estado, siendo solo hasta la muerte de Mao y la aniquilación de los 4to de Shanghai que pueden llegar al poder en cabeza de Deng Xiaoping – tras el breve paso por el poder de Hua Guofeng-.
Cabe decir que tras la Revolución Cultural, China era una sociedad sin clases – sí, así como muchos opinadores la quieren hoy en día en los países de occidente- y que a la muerte de Mao, el país estaba exhausto por todos los sacrificios humanos que trajeron los planes del Gran Timonel.
Es en medio de este panorama que emerge la poderosa figura histórica del reformista Deng Xiaoping, que ya había tenido que soportar trabajos forzados, el despojo de sus cargos y el intento de asesinato de su hijo por defender la idea de que para poder sacar a los chinos de la pobreza había que introducir reformas de corte capitalista.
Llegado ya al poder Deng Xiaoping hay que resaltar dos cosas. Una: Deng tenía claro que a China no la salvaba la insistencia en lo que en el pasado trajo tanto sufrimiento y por eso seguía con asombro lo que pasaba en Japón, Sinpagur, Taiwan, Hong Kong y Corea de Sur y tomaba nota de ello. Hizo un viaje a estos países, aprendiendo cómo habían progresado todos estos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y en el caso de Japón desde la Restauración Meiji.
Fue a las fábricas, montó en trenes, recorrió autopistas, vio puertos y aeropuertos, etc., y después regresó a China con la mente clara y bien dateado, fruto de lo cual nacieron las zonas económicas especiales que arrancaron a imitación de Hong Kong en Shenzhen.
Dos: tal como lo cuenta el Nobel de Economía Ronald Coase en su libro “Como China se convirtió al capitalismo” , jugaron un papel determinante en la liberalización de la economía China, la agricultura privada, esto es, la agricultura de las familias que necesariamente tuvieron que dar un viraje a la brutal colectivización y sus terriblemente mortíferos resultados, las empresas en las ciudades y las aldeas, así como los negocios privados.
Todos estos factores empezaron a moverse en lo que terminó siendo un poderoso mercado nacional de iniciativa privada que erosionó el monopolio de la actividad estatal permitiendo así el desarrollo de fuerzas productivas poderosas a partir de la iniciativa espontanea de los individuos. Fruto de todos estos movimientos, unos de iniciativa gubernamental y otros de parte de los individuos que después fue reconocido por el Estado, se empezó a reconocer el papel decisivo de la iniciativa privada en la producción de la riqueza nacional y la consecuente elevación del nivel de vida de la población en general.
El resultado de todo esto ha sido que el particular capitalismo chino ha producido el renacimiento de una Nación – en realidad mas que una Nación estamos frente a lo que es un verdadero Estado Civilización- que siempre estuvo a la vanguardia económica y tecnológica de la humanidad – en los años de mayor esplendor del Imperio Romano este solo llegó a representar el 9% del PIB mundial, mientras que el Imperio chino significó un 20% del mismo- y que solo se rezagó porque se encerró en sí misma y en su sentimiento de grandeza frente a los otros pueblos lo que la llevó a un estancamiento que la dejó a merced de las grandes potencias coloniales de la Era Moderna, y, lo más importante: la salida de la pobreza de más 800 millones de personas en tan solo 40 años.
Jamás en la historia del ser humano se había registrado semejante logro en tan poco tiempo, con el ingrediente adicional que ya hoy China es la segunda potencia económica del planeta, no tan lejos de los Estados Unidos de América. Si existe un país del cual Colombia y Latinoamérica tengan que aprender para dejar atrás la pobreza, el atraso y el subdesarrollo, ese es China, que es la verdadera máquina de sacar a personas de la miseria y llevarlas a la prosperidad material.
Los chinos se decidieron a abandonar los estériles purismos ideológicos que aún mantienen adormecida a Latinoamérica por ejemplo, porque los hechos demuestran cada vez su irrelevancia e intranscendencia. Sobre la base del pragmatismo, encontrando la verdad en los hechos que permiten que las fuerzas sociales que viven en el seno de las agrupaciones humanas produzcan riqueza, decidieron reconocer el papel de progreso del capitalismo y han decidido colocarle y aceitarle los rieles para que se siga desarrollando y jalonando cada día, en promedio, a más de 100 mil personas que por esta vía superan la condición de pobreza.
Mientras en este lado del mundo seguimos girando en torno a las pendejadas del chavismo, peronismo, correismo, castrismo, etc., China, sobre la base del pragmatismo, alejado de todas esas tonterías ideológicas y de las ataduras a un pasado que no produce nada, abraza la modernidad y le da bienestar real a su población.
Mientras en China iniciaron mirando la conquista del futuro para solidificar las bases de su economía y seguir redefiniendo el capitalismo y el poderío comercial global con los proyectos como la nueva ruta de la seda https://www.youtube.com/watch?v=L32RU9nmjHc y la megaciudad del Delta del Rio de las Perlas https://www.youtube.com/watch?v=m7Q3XI6kmb8 , en España – de la cual somos deudores culturales- la gran discusión es el desentierro de los restos de Franco y aquí en Colombia la lenguetera semanal de pretil a pretil entre uribistas y petristas, como en los cuentos del Flecha, sin contar las incontables fuerzas anticapitalistas que viven y lastran tanto a la izquierda como a la derecha nacionales.
No nos quejemos de que no seamos un país desarrollado si no somos capaces de aprender un poquito siquiera del pragmatismo del Lejano Oriente. China ha dado una bofetada a todos los que hace 40 años tenían mejor calidad de vida que ella, sobre todo en Latinoamérica. Entendámoslo: no hemos ganado nada y nuestras discusiones son absolutamente estériles e intrascendentes. En un abrir y cerrar de ojos China sacó de la pobreza 800 millones de personas, es decir, casi al doble de seres humanos que viven en Colombia y Latinoamérica, y todos los días cientos de miles más se suman a la creciente clase media de la República Popular China.
China y el sudeste asiático nos ganaban en pobreza hace unos años; hoy nos superan en años luz en desarrollo. Ellos han abrazado el comercio, la libre empresa, el desarrollo de fuerzas productivas, el enriquecimiento material y todas aquellas cosas que hacen prósperas a las sociedades, institucionalidades públicas competentes, aparatos educativos que forman para los desafíos del mercado, etc.
Mientras tanto acá fabricando enfermizamente cosas con palabras, la narrativa que se ha instalado desde muchos medios de comunicación, opinadores públicos, intelectuales, académicos, docentes, líderes de la sociedad civil, gente de las artes y la cultura, es que el capitalismo es algo malo y que solo reproduce miseria y crecientemente pauperiza a enormes capas de la población, erosionando espiritualmente las que son las premisas básicas del progreso. El ejemplo chino destruye todas y cada una de esas falacias, así que si no aprendemos, no nos quejemos de nuestro tercermundismo.