Por César Pión González (Especial para Revista Zetta).- Bajo la leve brisa que acariciaba mi humanidad y anclado en las alturas de mi apartamento, como destellos de luz dejé escapar la mirada impactando unas veces la naturaleza y otras los pequeños yates que agitados e inquietos predecían algo distinto.
Primaba el silencio profundo en horas que fueron tormentosas e inclusive el canto de las mariamulatas, cerré los ojos y recordé la algarabía de los animales selváticos cuando presenciaban la llegado del león, pero al estar ya el presente, la quietud y el silencio de cada uno de ellos se hacía evidente para no ser detectado y ser presa del depredador que llegaba a buscar su alimento.
Abrí los ojos y me sentí como cualquier animalito silencioso que teme la llegada de ese monstruo que ha venido devorando vidas, entendí que como ellos que estaba en el lugar equivocado, acurrucado temblando esperando el rugir y el zarpazo.
Hermano me sentí en selva de los que no pensamos las consecuencias y que escondidos con la soberbia, envidia, odio, rencor, indiferencia, desapego, intolerancia, desamor, y figuración esperamos el rugir.
Pero la vida es perfecta y bajo esos escenarios de la vida hay un Dios supremo, ese al cual acudimos solo cuando estamos en peligro gritando ven Jesús Sálvame, escrito está: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Pero hermano, Él es Dios de perdón y Él nos está advirtiendo que debemos replantear nuestro existir y nuestro andar y que esta pandemia nos obligue a vivir una cuaresma y unos días santos como deben ser preguntándonos ¿qué hago yo por mi hermano? Les confieso que me ha invadido el temor, pero también el valor para expresarles que no todo lo he realizado como lo ordenó el supremo, pero la vulnerabilidad masiva de la vida hace replantear mi caminar. A quienes no nos dio la gana de conocer la historia estamos condenados a repetirla, recuerdan: las plagas de Egipto, la epidemia que afectó a los filisteos y los hebreos dedujeron que fue consecuencia de haberse apoderado del Arca de la Alianza; la epidemia de los Antoninos (siglos II) que destrozó al imperio Romano en su mejor momento y la peste que castigó al pueblo hebreo por los pecados cometidos por el rey David, y de hecho en los escritores proféticos la amenaza divina del castigo a través del hambre y la peste se muestran como unas constantes de un castigo divino . Un castigo que no es más que la extralimitación de nuestros quereres, vivir la vida sin límites, sin precaución con engaños y apariencia.
Que sea, Señor, el coronavirus la oportunidad de replantear a Cartagena como una ciudad distinta y fijemos nuestro recorrido en la unidad, revisando que muchos más hermanos nuestros han muerto de hambre sin que hayamos podido tenderle la mano. La lucha del poder y el monopolio económico debe ser justo y ético.
Nuestros antepasados duraron 40 años en un desierto para ver la tierra prometida, a nosotros nos han iniciado en un desierto de 20 días que deben ser aprovechados para decirle y proponerme “Señor vísteteme de hombre nuevo y hágase señor tu voluntad”.