Germán Mendoza Diago, retrato de un hombre bueno

Adiós a uno de los periodistas más destacados del Caribe colombiano y quien fue maestro de varias generaciones de comunicadores. Estuvo vinculado por más de 30 años en el diario El Universal, como jefe de redacción, editor y Subdirector.

Por Juan Carlos Díaz Martínez (Alcaldía de Cartagena de Indias, D. T. y C.).-  Ante todas las cosas y por encima de cualquier consideración subjetiva sobre la figura del periodista Germán Mendoza Diago, quien falleció este sábado en horas de la noche, hay que decirlo a voz en cuello: de verdad era un hombre bueno.

Ajeno a los incandescentes flashes de la etiqueta, a los homenajes, a los protocolos sociales de traje y corbata y al figureo ramplón del que hay tantas personas adictas, Mendoza o ‘El Mono’, como lo llamaban sus amigos y colegas, prefería que las cosas simples de la vida llenaran sus espacios.

Eulalia Pinedo, quien estuvo por más de 20 años en la redacción de El Universal junto a Germán, lo recuerda con esa calidez humana y esa sencillez que nunca dejó de tener mientras estuvo en el periódico, del que fue su alma por más de 30 años. Ese ser humano incapaz de hacer daño y que nunca estuvo esperando elogios ni reconocimientos por el excelente trabajo que hacía. “Nosotros nos reíamos mucho con Germán y le decíamos que dónde había dejado el protocolo cuando se presentaba en su oficina con un platanito en el bolsillo y una bolsa de papel con unos chicharrones”, señala.

Justamente, Eulalia y Germán son los protagonistas de un cuento infantil que escribió su colega y compañero de trabajo, Gustavo Tatis, y que está próximo a ser publicado por la editorial Panamericana, y que retrata al ser humano solidario y bondadoso que era el hombre nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), en el año 1959.

Cuenta Gustavo que un día cualquiera apareció una gata en la sala de redacción de El Universal y Eulalia Pinedo la adoptó y la cuidó durante varias semanas para no dejarla desamparada. La gata durante el día se paseaba por los jardines del periódico, pero también lo hacía por las bodegas de la rotativa, la sala de redacción y algunas oficinas, y, por la noche, dormía entre las llantas que estaban en el taller de mecánica, razón por la que la llamaron ‘Michelin’. Lo que pocos sabían era que Germán llegaba todos los días y, de manera sigilosa, le llevaba comida al animal.

“Llegó el día en que ‘Michelín’ quedó en celo y se hizo incontrolable la ‘visita’ de tantos gatos y, lógicamente, sobrevino la consecuencia esperada: ‘Michelín’ quedó embarazada y las directivas del periódico tomaron la decisión de salir de la gata. Para Germán fue un duro golpe e intercedió por el animal ante el gerente, pero nada pudo hacer. Ese día lo vi más triste que nunca”, señala Tatis. El cuento se llama: ‘Michelín no es una gata cualquiera’

UN JEFE ATÍPICO
Nunca, jamás, ninguno de sus discípulos en el diario cartagenero vio a Germán Mendoza enojado o regañando a alguien por una nota mal enfocada o mal titulada, por el contrario, la corregía con la sabiduría del maestro que quiere transmitir en sus alumnos las enseñanzas que le servirían para el futuro.

Quienes lo conocieron de cerca en su cotidianidad en El Universal lo recuerdan como ese sabio callado que fue, caminando la sala de redacción de cubículo en cubículo, saludando, contando una anécdota, riéndose de un chiste o proponiendo temas para una crónica o un reportaje.

Manuel Lozano, con una anécdota, dibuja al jefe que tuvo por más de 15 años en El Universal, tanto por su carácter noble como por su olfato avanzado de periodista íntegro.

“Una mañana se paseó por varios cubículos proponiendo a sus redactores el tema de un croata que se vino para Cartagena huyendo de la guerra en su país, pero todos buscaron excusas para no hacerla. En vista de que nadie se le midió lo llamé y le dije que yo la hacía, y así fue. A los pocos meses me gané el premio Distrital de Periodismo con esa crónica: Un croata en Torices”, afirma.

De lo que sí estaba pendiente como jefe, era el de impulsar a sus periodistas a contar historias diferentes, a buscar el lado que ninguna otra persona veía.

Al periodista Andrés Pinzón Sinuco, en una de las pocas entrevistas que concedió Germán, le dijo: ‘Los periodistas, los genuinos, son poco partidarios de pasar demasiado tiempo en las grises oficinas. El reportero trabaja en la calle, buscando los hechos, hablando con la gente, son los cronistas de la realidad. Sólo nosotros la contamos. Es una tendencia del ser humano saber qué pasa a su alrededor”.

Esa misma línea fue la que le trazó a otros comunicadores como Aníbal Terán Tom, quien fue su discípulo durante 18 años en el diario cartagenero. “Germán fue, junto a Héctor Hernández, el que me animó a contar las historias de los pueblos y siempre me alentaba para que escribiera crónicas. De ahí salió el libro ‘En la punta de la lengua’ y varios premios de periodismo”, señala.

De igual forma, lo describe como un adulto que nunca dejó de ser un niño, como la vez que corrió por toda la redacción contando que había probado las galletas ‘María Luisa’ de San Juan que el mismo Terán le llevó. “Es un manjar de los dioses”, decía feliz.

SABIO EN LOS SILENCIOS

Su compañero de trabajo y de ejercicio literario, Gustavo Tatis, recuerda que Germán Mendoza era un hombre polifacético que tenía como una de sus grandes pasiones el cine y como tal dirigió algunos cortometrajes en sus años mozos. También recuerda que en varias ocasiones lo vio dibujar con tinta china y lo hacía con gran maestría.

“Junto al cine, desarrolló en sus años juveniles la escritura de cuentos y poemas, y en otros instantes, el estudio minucioso de la filosofía zen, el arte chino, al que también dedicó tiempo en la elaboración de dibujos de bosques a mano alzada. Otra de sus pasiones ocultas ha sido la física, el estudio de las galaxias y el origen del universo. Pero también, su fascinación por el fútbol,  las nuevas tecnologías, la música popular del Caribe colombiano, y la lectura paciente de novelas universales. Germán fue un hombre con una  sensibilidad por las artes, poseía una erudición exquisita e integral, un conocimiento de la historia universal, y muy especialmente, por el origen de las guerras del Medio Oriente”.

Como gran periodista que fue, Tatis recuerda también que Germán fue un hombre visionario que se dio cuenta lo que se venía para encima para los diarios impresos y fue quien empezó a buscar alternativas para contrarrestar la avalancha que hoy día se ha puesto de manifiesto con mayor intensidad.

“Hace mucha falta en el periódico. Con seguridad ya hubiese puesto en marcha alguna estrategia para poder soportar el aluvión que amenaza con arrastrar el romanticismo del diario impreso”, señaló.
En 1995, Germán Mendoza Diago integró el equipo de periodistas que trabajó en la creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, coordinado por el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Su crónica de cómo se filmó Quemada en Cartagena ganó el Premio Distrital de Periodismo “Pegaso de Oro”, y es una de las doce piezas antológicas que conforman este libro ‘La vida, una crónica fuera de serie’, de su autoría y que debe ser un texto obligado para las nuevas generaciones de periodistas.

El famoso cronista Alberto Salcedo Ramos compara a Mendoza con ese gran referente del periodismo: Clemente Zabala, maestro de García Márquez, y a quien Héctor Rojas Herazo lo calificaba como un ‘hombre-lámpara’.

“Hace casi sesenta años El Universal -ese periódico al que le agradezco infinitamente el haberme concedido la primera oportunidad de trabajo- vivió una época de oro cuando tuvo en su nómina de reporteros a dos escritores portentosos de nuestra región Caribe: Gabriel García Márquez y Héctor Rojas Herazo.

Entonces el editor del diario era Clemente Manuel Zabala, un hombre taciturno al que le gustaba ejercer su oficio lejos de los reflectores. Era un titulador certero, un editorialista burlón y un promotor generoso del talento ajeno. No buscaba figuración pero se hacía sentir a través de su trabajo; hablaba poco pero cada vez que abría la boca regalaba una lección. Por su capacidad de iluminar aunque permaneciera callado, Rojas Herazo lo bautizó: ‘el hombre-lámpara’.

Germán Mendoza Diago es el otro ‘hombre-lámpara’ de El Universal. Como Zabala, ejerció su magisterio en silencio y de manera generosa, ayudándonos a volar a todos los que tuvimos la fortuna de trabajar con él”, escribió Salcedo Ramos.

Esa condición excelsa de saber enfocar la noticia, endilgarle un título certero y hacer que a un texto no le sobrara ni le faltara nada, parecía algo normal en el cotidiano trabajo como eterno editor. Para el periodista Vicente Arcieri, quien estuvo cerca de 8 años bajo la tutela de Germán, era increíble la meteórica capacidad de trabajo y que tenía para hacer todo eso, escribir un editorial y echarse al hombro todo el andamiaje que implica dejar listo un periódico de a veces casi 40 páginas.

“Nunca lo escuché regañando a nadie y nunca le escuché jamás un grito. En tiempos en que la redacción era algo muy bullicioso, Germán era como un mago que la noche lo hacía más sabio, a medida que el silencio se apoderaba de la sala de redacción emergía un genio que se encerraba en su oficina de puertas abiertas a ordenar la historia de cada día, con una maestría inolvidable. Cuando salía y salía con una mamadera de gallo uno sabía que había sido un parto feliz de la primera página y de todo el periódico”.

Y remata: “se conocía cada botón y cada tornillo de la máquina rotativa. Si se lo hubieran permitido, habría dormido en el sofá de la oficina de visitas a esperar la madrugada y tener el periódico del día en sus manos”.

Y las nuevas generaciones, quienes tuvieron la fortuna de ser sus alumnos en la Universidad de Cartagena, en la cátedra de Periodismo Internacional, Germán también fue alguien superior.
“El mono Mendoza fue el mejor profesor que tuve en la Universidad de Cartagena. Un ser humano del carajo, un mamador de gallo excepcional, y una inteligencia superior. Qué dolor”, escribió el joven periodista Luis Fernando Anaya.