Por Ana María Cuesta (Especial para Revista Zetta 20 años).- Matarife, la nueva serie de opinión que ha prometido abordar aspectos relevantes de la vida del expresidente Álvaro Uribe, tiene todo el derecho a ser emitida en un país que se presume garantista de la libertad de expresión.
Entiendo la incomodidad de los colombianos que se han declarado partidarios del movimiento uribista y las críticas que han lanzado contra un producto que se ha promocionado de manera agresiva, con la promesa de contar sobre presuntos delitos abordados por la justicia pero no probados formalmente.
Entiendo la molestia de algunos ciudadanos que esperaban ver en el primer capítulo de Matarife un ejercicio de contrastación de fuentes, revelación de documentos oficiales o una narrativa diferente al relato personal que ya encuentran en las redes sociales de su autor, el abogado Daniel Mendoza Leal, quien lleva años haciendo pública su intención de contar la verdad que él ha construido del expresidente.
Pero no entiendo las críticas que han realizado públicamente varios periodistas a un producto que nada tiene que ver con nuestro ejercicio. Matarife no es realizada por un periodista, no es emitida en la prensa tradicional, ni pretende reemplazar el trabajo diario o de años de los reporteros políticos o judiciales que cubren al senador Uribe y que han hecho todo tipo de consideraciones sobre las investigaciones en su contra.
Si Matarife cuenta o no falacias, como se ha advertido desde el Centro Democrático, los periodistas deberíamos dejarle ese trabajo de acusación al partido y al expresidente que cuenta con un equipo legal costoso. El autor Mendoza Leal sabe perfectamente a qué escenarios jurídicos se enfrenta con esta serie virtual. Se ha especializado en los últimos años en libertad de expresión.
Creo que tampoco tiene nada de malo que el autor de esta serie haya sido apoyado por los periodistas Gonzalo Guillén y Julián Martínez, conocidos por investigar a profundidad al expresidente y por dar discusiones públicas sobre el Uribismo. Esto no es un enfrentamiento más, es una manifestación de la libertad de expresión y de información de un abogado controversial. Quien finalmente vea Matarife conocerá con transparencia la agenda política de su creador y, como audiencia, valoro ese tipo de honestidad.
Que si es excelente que si es imprecisa que si no es periodismo que si es amarilla que si es militante que si cumple con sus expectativas o no, son valoraciones que cada uno bien puede hacerse. Mi mensaje hoy es, por favor, dejemos ser a Matarife, que sus creadores ya tienen la suficiente valentía para asumir una batalla no anunciada, pero predecible, en estrados judiciales.
Finalmente otros realizadores audiovisuales de diferentes espectros políticos tendrán el mismo derecho de lanzar, si así lo quieren, una epopeya sobre el senador que ya en el pasado fue proclamado por otra producción internacional como el Gran Colombiano, para molestia de muchos y placer de otros.