Por Andrés Betancourt González (Especial para Revista Zetta 20 años).- En tiempos de Poncio Pilatos, sus soldados trataron durante varios días disolver una manifestación en Judea, con amenazas y atemorizaándolos con la muerte; mientras tanto los judíos hacían burla y omisión hasta el punto de inclinarse y señalar con sus propias manos al cuello para ser degollados. Sabían que al final no los mataría. Pilatos un personaje histeróide e inseguro, lleno de desconfianza y que su único plan estratégico personal era la búsqueda de su seguridad, no le gustaban las sorpresas y prefería abortar a tiempo los peligros y retractar sus decisiones antes de ser lapidado ante la opinión mordaz de un pueblo como Judea en ese tiempo.
Buscando en mi memoria leída, no habría mejor pasaje de la historia para representar lo que está sucediendo. El Alcalde de Cartagena con su teoría del miedo decreta órdenes infundadas, definidas por sus emociones, mientras la ciudadanía se hace sorda y confusa deambulando sin orden, orientación y control en la ciudad del covid.
Sectores representativos tratan de ayudar; opinan y sugieren en búsqueda de sumar ideas ante lo desconocido, ante la inseguridad de la incertidumbre, queriendo prender velas en el camino, que son apagadas con el esputo de la soberbia.
Siguen, columnistas, opinadores y analistas que por sus características democráticas y ser librespensadores son prejuzgados con el mísero y endeble argumento de no tener solvencia moral para construir sobre la duda y la complicidad, tratando de silenciar con expertos bodegueros.
A esta lista se suman los políticos que al ser parte de la historia de Cartagena están agazapados y callados por miedo a seguir siendo deslegitimados desde la opinión.
Y por último siguen los ciudadanos, quienes le dieron la victoria al alcalde. Que ante cualquier reproche o queja, los tildan de pobres quejumbrosos, incultos y pendejos; haciéndolos cómplices de su pasado y su desgracia, culpables de la exorbitante propagación viral por andar pendejeando y desconociendo sus derechos ciudadanos a la vida, la salud y el trabajo, sobre la base de que todo pasado corrupto es peor que cualquier improvisado y negligente presente; al fin y al cabo son los que ponen los votos y los muertos.
Entonces hago mi primera gran reflexión.
¿Cartagena rompe las cadenas de la corrupción para caer en las garras de la improvisación?
No queridos cartageneros, nosotros no podemos seguir conformes con eufemismos de que es mejor la inexperiencia que la corrupción y viceversa, caer en el falso dilema impuesto desde Roma, en que si tú no estás conmigo estás contra mí.
Hoy las vidas la está cobrando la corrupción del pasado y la negligencia y la improvisación del presente. Y ante los ojos de la Constitución y la ley, ambas situaciones son totalmente inaceptables.
Señalar de cómplices a quienes aportan, opinan y analizan sobre el error, para tratar de corregir el rumbo de una ciudad que nos preocupa a todos, porque es de todos y no de unos cuantos como siempre han pretendido y siguen pretendiendo. Se argumentan falsas excusas sobre las razones de cómo llegamos a ser la segunda ciudad con mayor número de muertos por millón de habitantes.
Y lo digo con conocimiento de causa. En 75 días nunca se validó un plan interinstitucional e intersectorial para enfrentar la pandemia, no se aprobó un hospital de campaña, no se habilitaron espacios para subsanar el déficit de camas, no se gestionaron efectivamente los respiradores, por desconfianza nunca se articuló con las EPS, ni las IPS, se dejaron de invertir $10.000 millones de pesos del gobierno nacional y hacer uso de ellos para contener el impacto de la pandemia que hoy medimos con muertos cada tarde. No se hizo lo que se debió hacer.
Entonces ocurrió lo que siempre ocurre y que me duele y me indigna que pase, tuvieron que venir de Bogotá a imponernos la cartilla y esta vez con más razón que nunca, se trataba de la vida de los cartageneros y no de los malos manejos del erario como había sido costumbre. Que como bien ocurría en Judea mandaban refuerzos de Roma para apaciguar el descontrol. Sumóndonos otra insignia centralista a la nuestra ínclita ciudad.
Y entonces ahí sí empezaron, después de unos cuantos ajustes, dires y diretes; a poner el orden requerido. A articular el trabajo, a hacerlo en equipo, asertivos en la comunicación, a ejecutar las acciones para convertirlas en resultados; hoy hablan de camas, de respiradores, de extremar medidas, de acondicionar sitios para pacientes covid; hablaron por primera vez de identificar el índice de contagio. Que valga la aclaración es el indicador más importante para proyectar decisiones en medio de la pandemia.
Empezar de cero, cuando la capacidad instalada está al borde de colapsar y la gente sin plata y sin poder trabajar tiene más hambre que antes y mentalmente cansados de estar aislados durante todo este tiempo.
¿Y entonces hago mi segunda gran reflexión?
¿Siempre tenemos que soportar a modo de intervención, que cada vez que la ciudad tenga una crisis vienen a demostrarnos que somos casi que incapaces de afrontar nuestros propios desafíos?
A modo de conclusión.
En lo personal; es indudablemente preferible la independencia lograda por parte de William Dau y romper las cadenas de la corrupción, lo cual siempre he celebrado; pero es igualmente reprochable la improvisación y la negligencia, lo cual siempre voy a desaprobar. Y lo peor, ambas conductas son tan dolosas y culposas ante los ojos de los organismos de control.
Al gobierno y al Alcalde: es preferible escuchar a quienes te respiran en la nuca que a las que te cantan al oído o hacen silencio; los primeros te harán un gran gobernante y las segundos terminan metiendo preso a los gobernantes y a los funcionarios.
No existe mayor enemigo que nuestros propios miedos y realidades, ser incapaz de tener la grandeza de gobernar para todos, la suficiente humildad para aceptar la ayuda de todos y el tino de confiar en los demás, dejar de buscar contradictores donde no los hay; el enemigo es el covid, nadie más.
William: mataste el tigre, que era lo más difícil, no te enredes con el cuero; habrá que comerse a pedacitos.
A la ciudad: hoy se abre una nueva oportunidad y estamos obligados a aprovecharla, para corregir y demostrar que Cartagena es una sociedad resistente y resiliente, capaz de superar nuestros propios desafíos, a pesar de nosotros mismos.
Dios bendiga a Cartagena, siempre valdrá la pena tratándose de nuestra ciudad.
Andrés Fernando Betancourt Gonzalez.
Consultor de gobierno.