Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta 20 años).- El título es de un libro de quien fuera mi profesor de Derecho Internacional y amigo en la facultad, Amílcar Guido Jiménez. La obra, con plena vigencia hoy, vio la luz por allá en 1982 y recogió todo los reconocimiento posibles en la academia, y en los sectores liberales progresistas. Su prologuista Alfredo Vásquez Carrizosa, jurista y político, no ahorró esfuerzos para referirse a su dimensión como texto de investigación serio sobre la historia de expansión y relacionamiento de los EEUU con los pueblos de América privilegiando sus intereses económicos y de geopolítica.
Vásquez Carrizosa, autor de la obra “El Poder Presidencial en Colombia”, cuya lectura sería pertinente en este tiempo de pandemia, copiosa en decretos extraordinarios de ley con hendiduras, no del todo pequeñas, entre la parte considerativa y dispositiva a través de las cuales se aprecia lo que el profesor llamó las ondulaciones imperiales del ejecutivo, se destacó como líder de la defensa de los derechos humanos y representante del Partido Conservador, de quien fue además candidato presidencial, y Amílcar lo hizo como un genuino luchador del Partido Comunista cuyas ideas debatía con la exquisitez de su retórica y la magnanimidad de la tolerancia en la elegancia en el debate. Los dos en lados opuestos del espectro ideológico
Una tarde reunidos con Amilcar en el pequeño estudio de su apartamento nos resolvió la incógnita sobre la desaparición de Jacquin de las aulas de clases y sitios de la bohemia barranquillera, hecho que había generado muchas especulaciones en los corrillos de la universidad. Alfonso se encuentra haciendo entrenamiento militar en Checoslovaquia, nos espetó. De regreso se alistará en las filas del M-19. Jacquin era un joven samario que se había hecho abogado en la Universidad del Atlántico. Fue nuestro profesor de historia de las constituciones y contertulio permanente. Idealista con un profundo compromiso con las causas populares, y democráticas por la defensa de los derechos humanos. Los organismo de seguridad lo acosaron, no le dieron sosiego y como a tantos otros jóvenes soñadores no le dejaron camino distinto al de enguerrillarse.
La última vez que le vi fue en la recién inaugurada Plaza de la Paz en Barranquilla; el M-19 estaba de correría por todo el país defendiendo los diálogos de paz iniciados con el gobierno del presidente Betancourt. Recuerdo que llegó hasta la tarima donde ya le esperaban multitudes cargado en hombros y en medio de un río de gente que le traían del Paseo Bolívar donde ya había presidido otra concentración coreando “con Jacquin y el M-19 Barranquilla si se mueve”. Después la desgarradora y dolorosa noticia del acto demencial de la toma del Palacio de Justicia comandada por él, Almarales y Otero, y la de la retoma por las fuerzas armadas donde se impuso la tesis del exterminio a la guerrilla a cualquier precio. Alfonso fue un gran orador, un maestro, un hombre alegre y bailador. Insobornable en sus convicciones y con una pinta de galán de tv tan encantadora como la de revolucionario.
El intervencionismo de los EEUU en los asuntos internos de otros países se inició con el presidente James Monroe, y en Colombia se mantiene hasta nuestros días con la llegada de tropas militares anunciadas, previamente desde el año anterior por el diplomático Jonh Bolton, quien de manera soterrada dejó ver una alusión al tema en su agenda, y después por el Ministro de la Defensa Carlos Holmes Trujillo, quien declaró recientemente a la revista Semana que las unidades militares llegaban solo a asesorar a nuestras fuerzas militares “en procedimientos y tácticas en la lucha contra el narcotráfico”. A no ser otro el propósito, resulta, por lo menos paradójico, sea el Ejército del país mayor consumidor de cocaína y opiáceos en el mundo, que además, perdió la lucha contra las drogas en sus calles, el que precisamente nos venga a enseñar cómo combatirlas.
La doctrina Monroe, América para los (norte) americanos, fue el cuerpo político de la creencia del destino manifiesto, y de la vocación expansionista y hegemónica. Primero los EEUU se opusieron a las alianzas entre las recién liberadas colonias hispanoamericanas saboteando el Congreso Anfictiónico de Panamá convocado por Bolívar para fijar las bases de unión de la América antes española. Luego siguió la expansión territorial anexándose ¾ partes del territorio Mexicano: California, Arizona, Nuevo México y Texas, y el control de las islas de Cuba, Hawái, Puerto Rico y Filipinas.
El Canal de Panamá era el núcleo estratégico del expansionismo americano. Theodore Roosevelt, como es costumbre en los EEUU, financió y dirigió en la sombra el movimiento conspirador que, aprovechando los sinsabores de la guerra de los Mil Días, logró la separación desmembrando Panamá de nuestro territorio nacional. La lucha contra el enemigo interno fue el pretexto para promover dictaduras sanguinarias en Cuba, Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela y Paraguay. Ahora decretan bloqueos económicos inhumanos para supuestamente defender principios democráticos salvaguardados por el gobierno. Parecen destinados por la divina providencia a plagar la América de miseria en nombre de la libertad, sentenció Bolívar.
La presencia de efectivos militares estadounidenses en nuestro territorio, otra sofisticada modalidad de intervención, es inconstitucional, vulnera el principio de soberanía definido en el artículo 9 de nuestra Constitución Política y no se encuentra amparada en ningún tratado internacional vigente entre las dos naciones. Deducir que no se necesita de la participación de otras autoridades del poder público para contar con la autorización de ingreso al territorio nacional porque las tropas extranjeras no van en tránsito, ni participaran en operaciones militares es un maquiavelismo político.