Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- Con su personalidad en pico y placa; con su peleadera día de por medio con un “sparring” distinto; con su altanería de adorable vejete; con su discurso anticorrupción raído por el covid y las “ías”, todos queremos que a William Dau le vaya bien como alcalde y por eso lo seguimos rodeando.
Otra cosa es que no se deje.
Qué difícil resulta navegar cuando todos remamos en un sentido, y el alcalde coge el remo para darnos por la cabeza. Le pasó a los gremios, a los concejales, a representantes del gobierno nacional, a periodistas, a dirigentes cívicos, a miembros de su gabinete, en fin… hasta al gobernador Blel, quien por un par de días -cuando la “Donatón”- fue su “nuevo mejor amigo”, pero eso ya es cosa del pasado. Eso de pelear hasta con el espejo es lo de Dau.
Una pandemia tan hujueputa como la que nos ha tocado vivir era la coyuntura perfecta para superar las murallas que detienen la unidad cartagenera; era la oportunidad para dejar el vicio del canibalismo; era el momento de dejar el síndrome del balde de cangrejos; pero no hemos encontrado el punto de confluencia porque estamos prevenidos: no sabemos ni cómo, un cuándo, ni porqué, pero lo seguro es que vendrá Dau y nos dará un portazo en la nariz.
De eso no se trata. El asunto es interpretar la misma partitura, la misma melodía, en el mismo tono, en el mismo conteo, y eso es lo que todos le hemos dicho desde nuestros balcones.
Se lo dijo la ciudadanía cuando con claridad y solidez lo eligió; se lo han dicho desde el sector empresarial, social, académico y cívico; los concejales, disputados y congresistas -no por putearlos dejan de ser parte de nuestra realidad-; los periodistas -incluyendo los que él tilda de “estómago”; incluso se lo han dicho funcionarios y OPS de la Alcaldía, -menos aquellos de estómago electorero y mercantil, únicos que se benefician de la pelotera-.
Recuperar la moralidad de la ciudad era -de por sí- una gran bandera para unir; y con la tragedia de la actual pandemia, era para que estuviésemos más compactos que espada en la roca. Pero no.
Las voces que claman la unión siguen desoidas por la Administración Dau, y los hechos ratifican ese clamor. Seguimos con vergonzosos y fatales índices por coronavirus; el crimen no ha descansado y siguen atracos y sicariatos; la reactivación económica no recibe mensajes alentadores sino de mayor preocupación y desconcierto; por eso surgen iniciativas de sana intención como las del gobernador Blel de convocar un Consejo Extraordinario de Seguridad. No se trata de pelear sino de enfrentar juntos los problemas. No se trata de privilegiar el ego sobre las instituciones. No se trata de aferrarse a tecnicismos jurídicos discutibles sino de encarar los problemas con entereza, y mejor con compañía. No se trata de ser febril y explosivo, sino inteligente, práctico y asertivo. Pero no. Dau ni baila, ni da barato. Y la gente se cansa.
Las cosas tienen su lugar y su momento, y la beligerancia resultó efectiva para las elecciones, pero para gobernar en tiempos de pandemia es una verdadera torpeza. Las pataletas tienen un efecto corto vuelo, se desgastan como estrategia, y hacen perder la seriedad y majestad que el cargo impone. Para bailar en pareja se necesitan dos. El que quiera bailar solo que se dedique al breakdance y dé vueltas con la espalda sobre el piso.
Nota:
Se preguntarán los que no saben… ¿Qué es un barato? La respuesta está en el baile de salón. Pregúnteles a los abuelos (a los abuelos, no a los “adultos mayores”).