Más de mil millones de personas viven a menos de 50 km de una pradera submarina y sin embargo son muy pocas las que las conocen y muchas, sin saberlo, disfrutan de los beneficios que ellas les brindan.
Las praderas submarinas, que se localizan entre los 0 y los 20 metros de profundidad, solo cubren el 1% o 2% del fondo marino, pero son de suma importancia para la fauna puesto que en ellas encuentran protección y hábitat de crianza infinidad de especies que luego pueblan los arrecifes de coral, los manglares y las aguas de mar adentro. También desempeñan un papel fundamental en la protección de la costa contra la erosión, puesto que reducen la turbulencia ocasionada por el oleaje, con lo que las corrientes se tornan significativamente más moderadas. Una de sus funciones más importantes consiste en la retención de grandes cantidades de dióxido de carbono entre sus raíces y hojarasca en descomposición, con lo que contribuyen a mitigar el calentamiento global.
La producción primaria de las praderas submarinas, son el punto de partida de la circulación de energía y nutrientes a través de la red trófica. En promedio, se calcula que producen alrededor de 1.012 g/m2 de biomasa al año, cantidad significativamente superior a los 850 g/m2 generada por los bosques húmedos tropicales y los 230 a 320 g/m2 de los pastizales de tierra firme.
Las praderas submarinas albergan una rica y variada comunidad biológica en la que cada planta o animal cumple un papel específico en el funcionamiento del ecosistema; son el alimento principal de la tortuga verde, especie clave para controlar la densidad del follaje y la longitud de las hojas de los pastos. Cangrejos ermitaños, algunas esponjas, langostas espinosas, estrellas, pepinos, erizos y caballitos de mar son algunos de los animales característicos de las praderas, pero especies propias de otros ambientes, como tiburones y peces de arrecifes y de mar abierto las incursionan transitoriamente para alimentarse y algunas de las que viven en las colonias de coral durante el día, realizan migraciones nocturnas para pastar en la periferia de las praderas, mientras que otras, en cambio, deambulan durante el día entre el follaje y en la noche buscan refugio en los corales.
Un estudio publicado en 2009 por M. Waycott y colaboradores, basado en un análisis de datos recopilados entre 1879 y 2006 en 215 localidades del mundo, determinó que las praderas submarinas redujeron su extensión global a razón de 1.5% al año. Esto quiere decir que unos 51.000 kilómetros de este ecosistema se perdieron en el transcurso de 127 años. En Colombia, a pesar de que se dispone de pocos datos, es innegable que la superficie total ocupada por las praderas ha experimentado una disminución apreciable.
La principal causa de pérdida de praderas submarinas es la reducción de la transparencia del agua debida al enriquecimiento excesivo de nutrientes y el aumento de la turbidez causada por los sedimentos. La llegada al mar de estos elementos que provienen de las actividades humanas realizadas tierra adentro generan grandes impactos en las zonas costeras. Los desechos arrastrados por lo ríos, la pesca, la acuicultura, la introducción de especies exóticas, la navegación, el fondeo de las embarcaciones y la alteración física del hábitat por el dragado de fondos y las obras de infraestructura costera ocasionan el impacto más fuerte en este ecosistema.
La tasa de pérdida de las praderas submarinas pone de manifiesto la situación de riesgo en que se encuentran y la necesidad de una mayor conciencia pública que busque incrementar las políticas de conservación y ejercer, bajo un enfoque ecosistémico, un manejo más eficiente de las zonas costeras.
En Colombia, La Comisión Colombiana del Océano, órgano intersectorial que asesora al Gobierno en temas relacionados con la política nacional del océano y de los espacios costeros, destaca este ecosistema como estratégico y de suma importancia para el país.
El libro PRADERAS SUBMARINAS DE COLOMBIA, publicado en 2019 por el Banco de Occidente y editado por IM Editores, con investigación del Biólogo Juan Manuel Díaz y fotografías de Diego Miguel Garcés, amplía la colección de publicaciones sobre temas ambientales que el Banco de Occidente viene publicando de manera ininterrumpida desde hace 36 años.