Por Juan Carlos Gossaín Rognini (Especial para Revista Zetta 20 años).- Además de contar con amigos muy queridos que son abiertamente homosexuales, he respaldado públicamente el derecho de la diversidad, así como también ciertas beligerancias de la comunidad LGTBI que no son de mi agrado, las he expresado. Lo primero no me hace un gay escondido y lo segundo no me convierte en un retrógrado homofóbico.
Por otra parte, todo parece indicar que sigo siendo católico, aunque cada vez me gustan menos los curas y ya casi nunca voy a misa. Lo que si he afianzado un poco mas es mi relación personal con el Dios en el que creo, pese a que de vez en cuando también soy ateo.
Como buen liberal que he sido, apoyo el derecho de las mujeres a disponer libremente de su cuerpo, para decidir o consentir sobre el nacimiento de un niño, en las circunstancias que la Corte igualmente ha jurisprudenciado. Y como buen conservador que también creo que soy, respaldo plenamente la cadena perpetua para violadores, deseando que no fuera solamente los de niños y niñas.
Son muchos los palenqueros que me consideran un hijo o un hermano, aunque no ha sido de mi agrado esa auto-etiqueta de africanidad que la comunidad negra usa permanentemente para mantenerse en condición de víctimas.
Estudié en la universidad pública, defiendo muchas de sus prerrogativas, pero nunca, ni en mi época de estudiante, he sentido un mínimo afecto por los encapuchados tiradores de piedras que se atribuyen la representación de todos. Son simplemente vándalos que irrespetan el conocimiento.
He dicho hasta el cansancio que aborrezco a quienes asisten a las marchas o protestas callejeras buscando un propósito de enfrentamiento físico y verbal con las autoridades. Diferente a la admiración que me genera ver a la gente reclamar pacifica y dignamente, como ciudadanos.
Voté en dos ocasiones por el presidente Uribe, cuando el país estaba al borde de ser dinamitado por la guerrilla, y agradeceré siempre la tranquilidad que nos devolvió en materia de seguridad. No me ciegan estas razones para desconocer, que personas de su círculo de gobierno cometieron abusos de poder que hoy están pagando, y otros también deberían hacerlo. Para el registro, tampoco soy militante en el partido de Uribe.
Las Farc y todo lo que representan son abominables, de la misma forma en que lo son los políticos ignorantes de la derecha. Petro me parece un sujeto peligroso, Robledo no. Algunas veces me gustan las columnas de Vicky Dávila y otras no.
Lamentaré eternamente que Vargas Lleras no haya sido presidente y con la misma certeza sostengo que Duque no estaba preparado para serlo. Ello no me lleva a pensar que todo lo malo que ocurre en el país puede ser su culpa.
No soy uribestia, ni mamerto, no soy paraco ni guerrillero, creí en la paz pero no en los acuerdos,
Nadie me va a quitar de la cabeza que el Junior de Barranquilla es el papá de todos los equipos, y no por ello reniego de un hermano que es hincha de Millonarios.
Defiendo con vehemencia las instituciones del Estado, y de manera especial, al Ejército y la Policía. No obsta para reprocharles comportamientos deleznables que repugnan a la civilidad.
Así podría seguir hasta el infinito, con esta declaración de gustos y desagrados personales, que son también los mismos de millones de personas a quienes nos sigue dando la gana de expresarlo públicamente, sin tener que escondernos o avergonzarnos, sin merecer por cuenta de ningún atorrante, lapidación o escarnio.
Estoy, como un montón de gente de todas partes, mamado de justificarme. Quiero seguir pensando y opinando, pero no necesito que me dejen hacerlo, lo asumo por mi cuenta intentando no abandonar la objetividad y manteniendo un espíritu comprensivo, sin excesivos disgustos ideológicos, apartándome mientras pueda, de la mezquindad de los contrarios.
A estas alturas de la vida, cuando ya no quiero educar a nadie, me he impuesto a mi mismo, no a los demás, dialogar solo con quienes no se creen faros morales, debatir con los que se alejan del ánimo justiciero, esos que saben contestar con buena entraña y pueden aceptar o reconocer las coincidencias sin dejar de ser críticos amistosos cuando sea menester.
No tengo claro, y en realidad poco me importa, si existe todavía la necesidad de decirle a otros que cualquier tema álgido puede enriquecerse manteniendo un espíritu de equidad que conduzca a argumentos serenos. Es tan inocultable que así debería ser, que me niego a seguir siendo predicador de tolerancia. El brote de injustificables amarguras con las que van por la vida, que empiecen a consentírselas en sus casas.
La banalidad del mal esta en creerse con derecho a juzgar despiadadamente a una mujer embarazada por tomarse una copa de vino o bien en insultar hasta el oprobio a una persona por mostrar en sus redes la remodelación de una casa.
El totalitarismo empieza con aparentes inocuas travesuras, como esas de defenestrar estatuas, arrojarle pintura a los que asisten a una corrida de toros o gritarle en un restaurante a un contrario ideológico que cena con su familia.
Muchos que han padecido el atropello sin indemnización, de los que creen que tienen la franquicia de lo que se debe pensar, han depuesto sus opiniones, se guardaron en el silencio. Otros, con férrea voluntad de quijotes, con la piel curada de espantos, siguen en lo suyo, ni se van a callar ni se dejarán convencer. Y yo con ellos.