Opinión de John Zamora (Director de Revista Zetta).- Cartageneros, como buenos cristianos, recibimos la cachetada en una mejilla: “el primer año fue de aprendizaje”. ¡Zas! ¡Ahí tenemos!
Un año de decepción y de desperdicio. El discurso del pánico corruptivo funcionó para la elección pero se diluyó en el gobierno y decepcionó atronadoramente.
Se desperdició la anualidad en primiparadas, madrazos, polémicas, rabietas, con un saldo deplorable en inversión social.
Confesar que todo fue un aprendizaje es una cachetada a la noción más elemental de gobierno. Un gobernante tiene que llegar sabiendo, y su equipo también, máxime en una ciudad sitiada por el hambre, la corrupción y la inestabilidad institucional.
La campaña electoral y el empalme fueron el terreno para tener claro lo que se va a hacer, salvo que todo haya sido una pantomima, como la famosa firma “cazamediocres”.
Ahora nos toca poner la otra mejilla y, cual conejillos de indias, esperar que los tres años que le quedan a Dau se “gradúe” tras el altisonante aprendizaje.
El imperdonable despilfarro de institucionalidad arroja otro mensaje, también muy claro: Dau y su corte demostraron con suficiencia que tienen toda la experticia en politiquería. Solo los politiqueros se escudan en excusas tan absurdas como el “aprendizaje” o la “primiparada”, y solo la más refinada politiquería echa “pa´lante” y echa “pa´atrá” en todo, como lo vivimos en el 2020.
Con algarabía y tramoya, el régimen dausiano suelta repetidos globitos distractores, con el inane propósito de ocultar su generalizada mediocridad, pero no puede evitar la conclusión dolorosa: ¡tenemos un alcalde mediohuevo! … guapito, bravucón, terco, para’o en la raya, pero mediohuevo.
La ciudad ha sido la gran perdedora: el freno no solo lo impuso la pandemia sino que se agrandaron las grietas sociales, el divorcio sectorial y la desconfianza ciudadana.
No se le puede creer al gobierno, ni tampoco a sus aliados efímeros y acomodaticios como el Consejo Gremial; no se le puede creer a la nueva clase política que llegó a montar una empresa neoelectoral; no se le puede creer a quien entronizó a una contratista -acreditada con espurios certificados- como la gran depositaria de la confianza política; no se le puede creer a quien con la misma boca que babea insultos y berrinches, viene a decir que es el “papá” de la ciudad. Esta incredulidad no es gratuita ni prefabricada, sino su efecto inevitable, como la sombra que persigue al objeto bajo el sol.
Por el desayuno se sabe cómo será el almuerzo, y resulta decepcionante apreciar que no habrá voluntad de cambio en la terca, sorda y variopinta personalidad del gobernante. Tanta gente con tantas ganas de trabajar en unidad y armonía, para que venga un alcalde a desperdiciar el poder que le dieron las urnas, todo un monumento a la decepción.