Por Johnn Zamora (Director Revista Zetta).- Cartagena De Indias, 09-02-2021.- Cuestionar el gobierno de William Dau se ha convertido en uno de los oficios más riesgosos en Cartagena. Ya va un exiliado (Rodolfo Díaz Wright) y las amenazas crecen contra líderes políticos como el concejal Javier Julio Bejarano y la opositora Jacqueline Perea, amén de la andanada de mensajes intimidantes, insultos y verborrea de las bodegas afines al régimen.
Grave constante y agravante es que en Colombia se pasa con facilidad y letalidad de la amenaza a los hechos.
El primer síntoma de la intolerancia contra el que opine diferente lo ofreció el propio alcalde Dau al iniciar su mandato, quien descalificó a varios periodistas y los tildó de ser de “estómago”, solo por su sentido crítico. En esos días, el alcalde descalificó a El Universal, El Tiempo, La W, tiene estigmatizado a Julio Sánchez Cristo, a Diana Calderón, y con la prensa local es el aceite frente el agua.
A pesar del alto sentido profesional de su jefe de Comunicaciones, Paola Pianeta, quien desarrolla un óptimo trabajo en medio de enormes limitaciones, el alcalde Dau tiene una actitud desafiante con la libertad de prensa, que camina en predios de la hostilidad, y colinda con la ferocidad de la censura.
Ese odio se ha incubado y potenciado en la visceral tarea de sus seguidores de asediar con sus ladridos de perros furiosos a toda voz crítica.
A Dau lo que se le pide es que sea consecuente con su discurso anticorruptivo, y las voces críticas han evidenciado que mira la paja en el ojo del maldandrín ajeno, pero no la viga en el santurrín propio. Los delicados casos de la fallida zarina anticorrupción, que solo explica la vieja politiquería, o el de la fallida contratista exprimiera Dama, con sus confusos certificados chimbos, o el de contratos con “detodito”, o los claroscuros de la contratación y el manejo administrativo, ambages como autorizar reajuste en peajes y a la par alentar el desontrol ciudadano, son emblemas de una corrosiva enfermedad que el régimen se niega a admitir, y que gracias a la visión crítica de la prensa y de agentes opositores, se hace visible e irrefutable.
Las amenazas son reales e inquietantes, pero el alcalde las subestima al calificarlas de “presuntas” o “supuestas”. El colmo será esperar que haya un muerto para creer que son más que una presunción o una suposición.
Los agentes del terror alimentan su odio con ese sesgo, y arrecian su obsesiva labor de defensa de todo lo que huela a Dau, tenga o no tenga sentido.
El secretario del Interior, David Múnera, se ha convertido en una lánguida sombra de lo que fue el valiente concejal Múnera, y permanece enmermelado en un régimen en donde la práxis desdeña los derechos humanos de quienes crítican al régimen. Mientras Dau y sus perros rabiosos amedrentan al que piensa distinto, el cándido Múnera da palmaditas solidarias en el hombro de los amedrentados.
Un año perdido ha pasado, y transitamos en la pérdida del segundo, en un gobierno de desmedido apetito por la reyerta, y alérgico a unidad y el progreso. El perfil sicológico del alcalde indica que nada cambiará, que las cosas se pondrán peores, que seguirá el desdén por la ciudadanía crítica, que se bembeará la oportunidad de caminar el mismo sendero ciudadano, y que tendremos que esperar que culmine la horrible noche de su periodo a ver si, de pronto, llega la iluminación y elegimos, por fin, a un gobernante a la altura de la ciudad y los tiempos.