Las marchas del silencio – Opinión de Horacio Cárcamo

Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 31 de mayo 2021.- Las marchas del silencio tienen en Colombia un significado histórico. En el fragor de la violencia partidista como expresión  de duelo por los asesinatos de miembros del Partido Liberal y reacción  política contra el gobierno de Mariano Ospina Pérez acusado junto con el Partido Conservador de ser responsables de la violencia partidista, Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948 presidió una, considerada la movilización social más grande  hasta ese momento en el país. Bogotá tenía  400 mil habitantes, y marcharon más de 100 mil personas.

En esa ocasión Gaitán pronunció el discurso “oración por la paz” cuyo destinatario fue el presidente Ospina. En la vehemencia de su retórica el caudillo liberal comunicaba al gobernante no confundir la vocación de paz del pueblo, masacrado en una violencia ejercida desde el poder, con la cobardía y le anotaba para probar lo dicho que “esa muchedumbre era descendiente de los bravos que aniquilaron las tiranías, capaces de sacrificar sus vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia”.

El Negro, como apodaban a Gaitán sus enemigos un mes después, el 9 de abril, fue asesinado saliendo de su oficina de abogado ubicada en la carrera 7 de la capital. Las consecuencias del asesinato del tribuno, además de los hechos sangrientos del bogotazo, fue la exasperación de la violencia partidista, extendida hasta nuestros días con sus mutaciones en guerrillera, narcoparamilitar; grupos armados residuales, disidencias, etc.

Otra marcha del silencio también referente en la historia más reciente fue la de indignación por el asesinato de Luis Carlos Galán. Galán representaba en 1989 la renovación de la esperanza en un país que desde el frente nacional sus partidos tradicionales se habían coaligado ideológicamente, para no solo crear el partido único del presupuesto, asegurándose con ello las repartijas de los privilegios del poder con la alternancia en los gobiernos, sino que habían troncado la participación en el escenario de la vida nacional a otras corrientes del pensamiento político arrojando por la fuerza de los hechos  a una generación de  jóvenes idealistas que preferían enmontarse para salvar sus vidas de la represión del Estado y morir empuñando las armas de la revolución por sus ideas. 

Luis Carlos, de regreso al Partido Liberal, tenía por descontada la victoria; aunque eso, aparentemente sencillo por la poderío de sus propuestas y su ascendencia en el alma del pueblo, no era tanto así por desagradar a las mafias políticas y del narcotráfico en sus interese lo que a la postre le costó la vida. 

Gaitán hace más de 70 años  planteaba como esencia de su ideario que el hombre no debía ser esclavo de la economía, sino la economía debía estar al servicio del hombre. “Hay que procurar que los ricos sean menos ricos y los pobres, menos pobres” asentaba. Galán hace más de 30 años y en la misma línea de interpretación de la realidad nacional, manifestaba que un pueblo digno y libre no aceptaba que los sacrificios “no se repartieran por igual y que mientras la mayoría de los colombianos afronta precarias condiciones de vida, los grupos minoritarios vivan en la opulencia y el derroche (…)”. Cien años después la situación de pobreza y exclusión social sigue igual. Actualmente más de 30 millones de colombianos viven en la pobreza. 

Según el Banco Interamericano de Desarrollo los niveles de concentración de la riqueza en Colombia hoy son los mismos que existían en 1938, dejando de presente la poca movilidad social del país. Pero no solo eso. También desde los años 30 del siglo pasado cuando el partido Liberal – el de Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, el de Palo Negro y la Humareda –  se proponía modernizar al país, con reformas sociales como la agraria, para sacarlo del feudalismo lleno de exclusiones las elites latifundistas, industriales y comerciantes, lo sindicaban de hereje y comunista. Para salvarlo de esos males la ultraderecha de entonces preservó sus intereses instrumentalizando la violencia y el miedo. La consigna del conservatismo era mantenerse en el poder a todo trance. Hoy como en los albores de ese siglo, la ultraderecha aterroriza y divide, esta vez para salvarnos del  castrochavismo. 

Tanto se precia la ultraderecha de sus logros salvando al país de las garras diabólicas del comunismo que lo tienen postrado con más de treinta millones de pobres, con un millón seiscientas mil familias pasando física hambre y como el de mayores desigualdades en toda América Latina, además literalmente incendiado. Por el modelo pro rico que han implementado.

Por último, hace unos días en Cali la sociedad civil convocó una marcha del silencio por la paz, por el derecho al trabajo, a la vida y por el levantamiento de los desbloqueos de carreteras. Sin duda es una iniciativa que merece la mejor valoración;  pero queremos entender de nuestra lectura que quienes se movilizaron al referirse a la paz no solo lo hacían por la ausencia de conflictos, sino por la igualdad de oportunidades para todos los caleños; que cuando invocaban el derecho al trabajo no solo es el de quienes tienen el privilegio de contar con uno y se encuentra en riesgo por las disrupciones de la protesta social, sino también por el derecho al trabajo de  más  de 10 mil muchachos de la barriada pobre de la ciudad aprovechados por las pandillas, y el de los jóvenes que cuando logran acceder a uno es generalmente informal.

Que cuando se refieren a la vida es a la de todos; a la de los estudiantes indignados que le entraron a la marcha porque les mataron la esperanza, a la de los líderes sociales y de tierras para que no sean masacrados, como sucede actualmente, por reclamar sus derechos, a la de los guerrilleros que se desmovilizaron, precisamente, por creer en la paz que inspira la marcha del silencio, a la de los policías que atacan en el paro como si ellos fueran los culpables de un sistema que esclaviza al obrero y excluye al grueso de la sociedad y a la de quienes diciente con el establecimiento y en particular con el gobierno. 

Queremos entender también que el rechazo al bloqueo de las vías solo es una enunciación de muchos otros bloqueos que por igual merecen repudio, como le escuche a un joven líder de la protesta, hay que rechazar: el bloqueo a la salud que las Ips ponen a los enfermos  cuando les niegan  atención oportuna, el de la educación cuando no se puede ir a la escuela o a la universidad por que el gobierno no garantiza los cupos de calidad, el bloqueo al  trabajo cuando no se ofertan trabajos formales, y en general el bloqueo a la dignidad humana cuando el Estado no garantiza las condiciones de un ingreso mínimo a los más vulnerables.

En Colombia por haber gente de bien y otros que sobran, hay insurrección popular en las calles.