Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 4 de agosto de 2021.- Nada deseable es caer en susodicha mutación y menos de la forma en que lo ha hecho Armando Córdoba, inmerso en una interminable parábola de histrionismo, demagogia barata, y mala, pero muy mala estrategia política. Su problema radica en predicar y no aplicar, y en creerse lo que no es.
Profesional en lingüística, el cuestionado funcionario ha soltado la lengua en todas las esquinas -con lastimeros gemidos- para connotar su condición de víctima de una feroz persecución por ser negro y pobre, en una ciudad que desde los años 1600 viene siendo azotada por el yugo de la segregación y la miseria.
El cuento está mal echado y provisto de deliberada desmemoria. Hace menos de diez años, -antes que Córdoba fuera secretario de gabinete y partiera en dos su breve historia política personal- Cartagena aclamó con entusiasmo a un negro, negro pobre, y mas grande (en todo sentido) que Córdoba: Campo Elías Terán Dix. Provisto de enorme carisma y desprovisto de ridículo resentimiento social, el locutor caminó tranquilo hacia la cima del poder político local, erigido por una muchedumbre que premió su servicio social a través de los micrófonos. ¡Caramba! ¡Qué diferencia!
No por su actual mal momento político, Armandito deja de ser un hombre valioso. Ha sido válida su vocación política y nadie puede discutir que se ha dedicado 24-7 a esa labor, al igual que muchos otros dirigentes locales de todas las orillas.
Las urnas no han correspondido rebeldemente a sus desvelos y Armandito ha sido visto siempre entre las taruyas del canal del Dique. Pero llegó el 2019 y “le pegó al muñeco”.
El sueño de todo líder de barrio es que su candidato “corone” y Armandito coronó con William Dau, que por fin le abrió las puertas del poder local. Además, en calidad de “socio”, que no es lo mismo, y de la buseta pasó al carro con chofer.
Armandito es un hombre alto (mide mas o menos 1.90) y por fin comenzó a tener altura política. Con el decreto que lo nombró Secretario de Participación Ciudadana obtuvo notoriedad, comenzó a codearse con el Concejo y a saborear la sabrosura del lapicero para mover cuerdas. El discurso quedó para la tribuna, y a puerta cerrada comenzó a comportarse al igual que el famoso poema del Tuerto López: “como cualquier político”.
Ese es el fondo de la moción de censura: Armandito montó empresa electoral y los concejales se la quieren desmontar. Por eso ha defendido su cargo como gato patas arriba, con perorata, tutela y destemplada auto-victimización:
Si es por negro y olayero, ahí está Luis Cassiani; si es por negro y champetúo, ahí está Rodrigo Reyes; si es por venir de abajo, ahí está el extaxista Óscar Marín… así que el Concejo no era el escenario donde Córdoba iba a despertar mínimo entusiasmo, y de nada valieron sus cantiflescos argumentos por doble ración en sendas audiencias de descargos, una por cortesía de los cabildantes y otra como fina atención de un despalomado juez.
Si lo que Armandito quiere es hacer historia, escribirá una muy difícil de igualar: ser dos veces “con-mocionado”. Ya lo sacaron una vez y está a nada de volver a quedar fuera. Ningún funcionario del país habrá recibido tarjeta roja dos veces. ¡Ay, de papayita!
Con su famosa y sorpresiva migraña, deberá cargar con ese lastre y con otro mucho mayor: haber sido cómplice de un gobierno fallido y decepcionante, el de William Dau, otro que -antes que él y con más méritos- también pasó fulgurante del anonimato al desprestigio.