Cartagena de Indias, 5 de diciembre de 2021.- En los talleres de Alpha Group SAS se inicia esta semana la impresión de «Siete lecciones de trombón y una pandemia», primer libro del periodista y abogado John Zamora, director de Revista Zetta.
Se trata de un ensayo sobre música, su experiencia como aprendiz de trombón, y los vínculos con su entorno familiar y el periodismo.
La obra tendrá un lanzamiento especial, sorpresivo e innovador, y la preventa comenzará esta misma semana.
El prólogo lo escribió el filósofo, académico y crítico musical Enrique Muñoz Vélez, y este es su texto:
ENTRE LA REALIDAD Y EL SUEÑO
El breve ensayo de John Zamora es un divertimento, es decir, un acto de confesión íntima, pone los cueros en la brasa ardiente para quemarse de fuego candente de sinceridad suma al reconocerse como un mal trombonista, quizás, digo yo, el peor en la historia humana. Ha sido duro con él mismo. La gracia del texto está en lo escritural, en la sencillez de saber contar una historia a hueso limpio y ahí, entre realidad y sueño, escarba en los socavones de la memoria familiar y en particular, en el hallazgo del niño seducido por la música. Y, para decirlo de la mejor manera, de amor a primera oída de la sonoridad pastosa del trombón, el instrumento de su vida infantil en tránsito permanente de adolescencia, edad juvenil, hombre y ante todo, en el estado de gracia señorial de hombre de arte: letras, tauromaquia y música.
Pues bien, hay alegría y con ella enreda a la nostalgia. Si el divertimento musical es una composición breve, vistosa al espíritu humano, el tejido narrativo aborda lo expositivo para hacerse comprensivo e informativo en temple permanente con el ser periodista, también conjunta el lenguaje descriptivo, a manera de síntesis en la que explica y otorga razones de sus dificultades técnicas con el aprendizaje del instrumento metálico símbolo de lo urbano en el universo barrial de Nueva York donde surge en la segunda mitad de 1960 el género musical compuesto de varios fragmentos rítmicos etiquetado como salsa. La libertad expresiva y alegre del divertimento musical se hace texto, en cuya urdimbre Zamora salta al burladero para decirnos a todos con absoluta franqueza lo mío es el proceso escritural y en esa faena deja un cuño artístico de excelente factura en este libro confesional.
Tengo el leve pálpito de llegar él a los predios conceptuales del musicólogo español Adolfo Salazar de manera intuitiva, valido de su inteligencia, a tienta, y más dejándose llevar por la imaginación creativa para escribir de música y del instrumento de su vida, sin desmedro de lo que el sabio español consignó en Las Grandes Construcciones Sonoras de la Música («Las grandes estructuras de la música”) al expresar: “el músico se descubre como tal en la medida que se piensa como instrumento”. Zamora se pensó con la vía entusiasta de emotivas esperanzas de descubrirse como instrumento y no se halló a sí mismo. Sin embargo, en virtud a ciertas búsquedas encontró en la internet y por medio de YouTube a dos magistrales maestros del trombón y a lo Don Quijote pero sin Sancho Panza se fue lanza en ristre a emprender con ellos hacer realidad el sueño de ser músico y además, de ser trombonista. La dura realidad lo tira contra unos molinos de viento y lo despierta con la agresividad dura de la calle que recoge el sonido de Willy Colón, Barry Rogers y César Monge para solo citar entre otros a estos intérpretes del instrumento.
“El gran reto del arte consiste de lidiar con las decepciones”, Zamora utiliza el retrato conceptual de Albert Schweitzer a manera de epígrafe, haciendo guiño orientador como si él fuera un prologuista de su obra intitulada: Siete lecciones de trombón y una pandemia. Título lapidario y qué se esperaba si era un recurso de pelear con la terrible plaga, aislado en que la muerte coquetea con la vida de todo el mundo y amenaza a la familia. Por eso se tira al vacío en una nueva aventura siguiendo los trazos de su enorme maestro Cervantes Saavedra y va a la escritura hacer del oficio de su vida lo que mejor ha hecho en estos últimos años a escribir.
Dos sentidas cartas escritas con entusiasmo a sus maestros muestran a carne desnuda a Zamora al dar agradecimientos a Francisco Javier Yera Jiménez y a Vladimir Peña, uno español y otro, venezolano. Con ambas respuestas tutelares él, periodista y abogado, se ha dispuesto a escribir lo que aprendió, y en verdad, si el sonido ha mejorado un poco a través de siete lecciones de trombón, el Zamorano ha logrado pasar de la opinión especulativa a conceptualizar con cierta propiedad intimista de la música a dejarnos una semblanza entusiasta de un proceso escritural entre notas largas pensando en el instrumento y notas cortas en la escritura. Yo en particular, leo el libro escuchando a Juan Tizol con Duke Ellington, a Barry Rogers haciendo salsa dura. La música es de cierta manera, la vida misma impregnada de color y sabor. Y al sonar de los metales por fin una nota áspera, dura y agresiva del sonido de John Zamora que artísticamente se hace llamar el Zamorano.