Terminó el primer mes de este año electoral y dejó un balance apenas predecible, con unos candidatos que hace rato están en la pista; otros que justo ahora llegan al baile, y otros que apenas se calzan sus zapatillas y hacen estiramientos, en medio de grupos políticos que juegan su propio ajedrez, y la presencia creciente de la ciudadanía a través de redes sociales y grupos de presión.
No obstante, a pesar de la forma en que se vienen apertrechando, es adivinable que los desafíos estén en el terreno del alardeo de fuerzas, en la capacidad económica, en la estrategia freno-acelerador, en la manera en que tengan o no aceptación entre la gente o la forma en que les registren los medios de comunicación. Y todo en medio de la nueva legislación que apunta a la disciplina partidaria. Claro que hecha la ley, hecha la trampa, sobra aclarar.
No serán de extrañar las alianzas, las separaciones, las bifurcaciones, el “voltiarepismo”, las acusaciones, las polémicas, las traiciones, las denuncias y hasta la intervención de los organismos de control, y a medida que se acerque el 25 de octubre se acentuará la polarización. En el río revuelto querrán pescar unos pseudos sacrosantos, que pretenderán dividir a los candidatos entre ángeles y demonios, y alucinar con incidir en el electorado con consignas apocalípticas.
Sobre la forma en que se desarrollará el debate, ya hemos tenido dos pequeñas muestras: por una parte, la fallida pretensión del partido Alianza Verde de formar una terna para definir un candidato a la Alcaldía; o la controversia por advertencia de Roy Barreras a los electores cartageneros de elegir un candidato de la Alianza Nacional so pena de caer en un cortocircuito de inversiones con el gobierno nacional.
De todas formas, después del 25 de octubre no solo tendremos un nuevo mapa político, sino que veremos qué tanto se pudo reducir la abstención, la gran triunfadora en todas las elecciones; qué tanto brillaron las ideas, qué tanto incidió la “tula”, qué tanto “pelaron el cobre” muchos llamados dirigentes, o qué candidatos fueron los favoritos de los gobiernos departamental, distrital y municipales, entre otros interrogantes.
Los antecedentes inmediatos son bien distintos entre Gobernación y Alcaldía. Al liberal Juan Carlos Gossaín, el monarca departamental, lo eligió hace cuatro años una coalición de todos los grupos dominantes menos el partido de la U (García Zuccardi), que llevó su candidata Rosario Ricardo, y estuvo cerca de voltear el cutarro.
En cuando a la Alcaldía, el independiente Dionisio Vélez tuvo que mutar en liberal y verde para obtener el aval y derrotar en elecciones atípicas a una aguerrida María del Socorro Bustamante.
La coalición de Gossaín está en el gobierno departamental junta pero no revuelta. Por una parte está el liberalismo con su compadre Dumek Turbay, quien goza de la imagen de ocho años al frente del Iderbol y de los resultados positivos allí obtenidos. Por otro lado están el partido de la U (Sandra Villadiego-Marta Curi) y Cambio Radical (Daira Galvis – Hernando Padaüí – Karen Cure) que en diciembre se reunieron y en enero sacaron del sombrero a Yolanda Wong, y ahora tienen que hacer un esfuerzo titánico por darla a conocer desde su casa en el pie de la Popa hasta el último rincón de Cantagallo.
Por los terrenos distritales, la erupción de candidaturas sigue imparable. Del Concejo Distrital provienen tres nombres: Quinto Guerra, Andrés Betancourt y Pastor Alonso Jaramillo. Todos comenzaron como colegas en 2012. A ellos se suma una lista de esas que la democracia alegre y participativa acoge sin remedio, pero que requiere filtros de seriedad.
Como en otras oportunidades, tendremos candidaturas responsables y otras para el divertimento general.
Será absurdo pensar que la dinámica de las candidaturas a la Gobernación no tenga incidencia en las de Alcaldía y viceversa, pues en nuestra política las cosas no son cuadriculadas en blanco y negro, sino de la más variopinta gama.
Pero ¿cómo arrancan las campañas? En las siguientes dos entregas les presentamos el panorama.