Por: Miguel Raad Hernández (Cartagena, Abril 9 de 2015).- No voy a hablar de las reglas de la gramática o de la sintaxis, ni siquiera de preceptiva literaria. Se trata de destacar la necesidad del uso responsable, sereno y ponderado del idioma como vehículo para comunicar nuestras emociones, ideas, propuestas y aún simple información.
Por estos días Colombia hace ingentes esfuerzos por pactar la Paz con los grupos alzados en armas, para lograr que los fusiles dejen de disparar y las energías de todos los colombianos se centren en objetivos más laudables que la guerra, como el progreso de nuestras comunidades y de nuestra Patria. Sin embargo, algunos de nuestros más connotados dirigentes, incluidos funcionarios públicos del más alto nivel, así como algunos periodistas de influyentes cadenas radiales nacionales y otros comunicadores y formadores de opinión, vienen haciendo gala de un verbo encendido o de una pluma que más parece una saeta, con epítetos apasionados y ofensivos que ningún favor le hacen al cese de la violencia y a la serenidad de los espíritus.
Es un apotegma que para que haya Paz perdurable es necesaria la plena Justicia, pero también que entre los colombianos haya respeto por el otro, cualquiera que sea su edad, sexo estirpe o condición social, como bellamente lo dice nuestro Código Civil. Además, es necesaria una CULTURA DE PAZ, arraigada visceralmente en cada uno de nosotros como una forma de ser, de pensar y de actuar, que comienza con la forma de usar el lenguaje.
Nuestro admirado y recordado premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, me dijo en alguna ocasión, después de una Asamblea Nacional de la Andi donde intervine por amable invitación de Luis Carlos Villegas, a la sazón Presidente de dicho gremio, que «Para el gobernante es un deber insoslayable hablar y escribir bien”. Y no sólo para comunicar, agrego yo, sino también para inspirar y promover a sus gobernados y conciudadanos, que esperan de su líder el señalamiento de rumbos y la certeza de un verdadero Norte. Igual o mayor responsabilidad tiene la prensa en cualquiera de sus modalidades actuales, escrita, hablada, televisada o en la web. La prensa no sólo debe ser libre pero responsable, como lo manda la norma constitucional, sino que, además, como alguna vez lo proclamó Alberto Lleras Camargo, debe ser “Antorcha que ilumine y no tea que incendie”.
En el aclimatamiento de la Paz hay que recordar que para los actores del conflicto la manipulación de la palabra es un arma sutil y poderosa. Con ella se mimetizan intenciones, se deslegitiman acciones o se enturbian relaciones. Se puede enlodar la honra o el buen nombre de cualquiera, se echan a rodar rumores, especies o chismes devastadores, se envenena el alma de un pueblo o se entusiasma a las gentes por una causa. La palabra tiene poder, se repite insistentemente, y nunca podemos olvidarnos de ello.
Ojalá en Colombia recordemos las lecciones de nuestra historia para no repetir los errores que en estas materias ya hemos cometido. Es un llamado con tintes de clamor que hacemos con respeto a nuestros dirigentes y a los encumbrados periodistas.