
Por Álvaro González Fortich (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 2 de mayo de 2025.- A propósito del día del trabajo, las estadísticas anuncian que el desempleo en Cartagena está en el 11.9% y que probablemente estará llegando a cifras de un digito. La interpretación rápida de la cifra es que solo 12 de cada 100 están desempleados, entonces nos alegramos y celebramos. Sin embargo, la realidad es otra, en Cartagena prima la informalidad.
Hablar de empleo es entrar en un laberinto estadístico donde lo que parece mejorar, puede ocultar una realidad aún más dura. Según el DANE, la informalidad laboral en la ciudad bajó al 51%, por debajo del promedio nacional del 55,5%. Podría sonar como una buena noticia, si no fuera porque, al mismo tiempo, la tasa de ocupación ha disminuido y la inactividad ha crecido desde 2019.
¿Estamos realmente formalizando el empleo o, simplemente, la gente ha dejado de trabajar?
Más de 48 mil jóvenes cartageneros no estudian ni trabajan, y el 68,4% de ellos son mujeres. En total, 2 de cada 10 jóvenes están desconectados del sistema educativo y productivo, y casi la misma cantidad trabaja en la informalidad. La ciudad cuenta con más de 36.000 empresas activas, pero el 90% son microempresas, que difícilmente asumirán a los miles de jóvenes que todos los años se gradúan.
Desde hace ya 50 años, el autor David Sánchez Juliao expresaba de manera jocosa: “Sí, porque yo no sé en este país cómo un carajo de carpintero, latonero, albañil, jarriador de agua, embolador, vendedor de Marlboro, minorista e’ Kent, carretillero, jarriabulto, portero’e cabaré, picotero, cabrón de puta vieja, ayudante e’ bus, fabricador de jaula, vendedor de raspao, chasero, escritor (no se empute, viejo Deivi, no se empute, for please), administrador de un agáchate, mandadero, vendedor de maní, acordionero, serenatero, fotógrafo e’ bautismo, sacristán, voceador de periódico, vendedor de tinto, llantero, mecánico o empalmador, pueden vivir.”
La informalidad no se erradica con decretos, sino con estrategias que reconozcan su complejidad. Varios países han demostrado que es posible dignificar la informalidad.
Ya es hora de que trabajemos en dos direcciones, por su puesto una de ellas es seguir teniendo como ciudad las condiciones habilitantes para que más y mejores empresas se ubiquen o reubiquen en la ciudad y ofrezcan un empleo formal de calidad.
Pero ¿Qué hacer con la informalidad?
En Cartagena, miles de personas (la mayoría) encuentran su sustento en la informalidad: vendedores ambulantes, guías sin licencia, masajistas, músicos callejeros, cocineras populares etc… Su trabajo es parte del alma de la ciudad, pero también es precario. Por eso, proponemos que se ensayen nuevos sistemas simples, flexibles y económicos, que ya se han probado en otros países y que quizás con el concurso de varias fuentes permitan dignificar la informalidad.
Sin duda un esquema de corresponsabilidades en donde cada trabajador contribuya, pero que a través de sistemas cruzados (diferentes fuentes de financiación) que puedan contribuir a que miles de personas empiecen a cotizar, tengan acceso a salud y proyecten un retiro digno. Además, genera beneficios para todos: orden urbano, mejor experiencia turística y una ciudad más justa.
Necesitamos una formalización gradual, flexible y adaptada, que reconozca el aporte de quienes han mantenido la economía viva desde la calle. Porque más allá de las cifras, la formalidad debe ser sinónimo de dignidad, no de privilegio.