La trágica muerte de Cheo Feliciano hizo evocar otras tragedias ocurridas con cantante salseros, como los casos de Héctor Lavo o Frankie Ruíz, todos puertorriqueños.
El 29 de junio de 1993, el también cantante ponceño Héctor Lavoe falleció en un hospital de Nueva York, precedido de una agonía en vida a causa de su adicción a drogas, su diagnóstico de sida en 1988 y su posterior intento de suicidio el mismo año al lanzarse del noveno piso de un hotel en San Juan.
Un año antes, su hijo de 18 años, Héctor Luis, había muerto producto de un disparo accidental por parte de un amigo.
Todo ese panorama se sumó a la triste realidad de que en sus últimos años su cuerdas vocales estaban afectadas y apenas podía cantar. Dura realidad para una estrella que revolucionó el género de la salsa por su voz y a quien, entre sus múltiples motes, llamaron «El cantante de los cantantes».
Lavoe brilló por ser un polifacético intérprete que abordaba con facilidad distintos géneros como la música típica y el bolero, además de la salsa, la que catapultó junto a Willie Colón mientras formaron el poderoso binomio y aún después de esa unión.
Otra figura de la salsa que falleció en circunstancias lamentables, y una de las mejores voces en la historia de la salsa, fue otro favorito de muchos, Frankie Ruiz.
El mayagüezano también vivió sumido en una vida de excesos en la droga y el alcohol, al punto de que, al igual que Lavoe, vio poco a poco como su instrumento de vida (sus cuerdas vocales) se iba deteriorando, algo que no pudo ocultar ni siquiera la magia del estudio, específicamente en el álbum “En vivo y a todo color” de 1988, en que se le escucha afónico.
Aunque tuvo un “comeback” exitoso lanzando varios álbumes en que pareció recuperar su voz, en el ínterin tuvo problemas con la justicia llegando a cumplir cárcel. Frankie, apodado «El Papá de la Salsa» fue convicto en la década de 1980 por agredir a un asistente de vuelo en un viaje entre Estados Unidos y Puerto Rico.
Posterior a esto, lanzó álbumes como “Mi Libertad” (1992), con un tema homónimo que dio nombre al disco y en que, evoca el episodio triste de sus días en la cárcel y la nostalgia de lo que había perdido.
Ruiz falleció por una condición hepática producto del abuso del alcohol, en agosto de 1998, a sus escasos 40 años.